Psicóloga Irene Martínez Zarandona

Sinopsis

El juego es una actividad fundamental durante toda la vida, aunque es en la infancia cuando se nos permite hacerlo con mayor libertad. Los niños se desarrollan a través del movimiento y el juego los libera de tensiones emocionales, por ello los padres debemos estar conscientes del significado que tienen los juegos para el sano desarrollo de sus hijos

En nuestra cultura se ha dado a la actividad de jugar una limitación que no es del todo exacta: muchos lo consideran una cosa de niños, algo sin sentido, un simple pasatiempo, algo que se hace y es poco serio, y por eso han perdido esta fabulosa dimensión de la vida. Pero nada más lejano de lo que es el verdadero sentido del juego; porque el ser humano juega toda su vida o, cuando menos, debería hacerlo.


El juego en la infancia es indispensable: desde que el niño es pequeño y hasta la adolescencia se desarrolla a través de las más diversas actividades lúdicas. Jugar significa un modo de aprender: no es sólo una diversión, sino una preparación para la vida adulta.


El juego es una parte esencial del crecimiento de cada niño o niña que requieren hacer del movimiento la vía por donde se desarrollan sus músculos y sus extremidades adquieren coordinación; a través de los juegos ellos elaboran sus vivencias emocionales y practican los roles sociales que tendrán que desarrollar como adultos.


Los niños adquieren flexibilidad y agilidad en sus cuerpos jugando: así tienen la sensación de ser aptos y vigorosos, y adquieren un sentido de autodominio necesario a lo largo de toda la vida.




Afortunadamente cada niño trae al nacer una fuente inagotable de ganas de jugar; el calor, el frío o la lluvia no bastan para desanimar a un niño o para detenerlo en su juego porque es hora de dormir. Antes de hacer la tarea es común oírles decir: “déjame jugar un ratito más”. Es durante los primeros años cuando el juego y el trabajo se juntan con mayor precisión, y es casi imperceptible distinguir la línea que separa uno de otro.

En la edad adulta los padres —cuando tienen a sus hijos— reciben una nueva oportunidad de disfrutar momentos de juego: acompañándolos en el juego motor, en el que zarandearlos, moverlos, hacerlos dar marometas, brincar con ellos, jugar carreras, patear pelotas y revolcarse en el piso son acciones que causan gran placer a todos, chicos y grandes.

A lo largo de la infancia de sus hijos, los padres aprenden con rapidez a distinguir que cuando el niño no juega y se muestra apático ante los juguetes es un síntoma de enfermedad, de disgusto, de tristeza o de preocupación por algo. Por lo general, niño que juega es un niño sano; niño que no quiere jugar es una señal de que hay algo de que preocuparse.

Actualmente hay padres que, en su afán por preparar a sus hijos para el futuro, llegan a considerar el juego como una actividad innecesaria y, con la mejor voluntad, saturan las horas libres de sus hijos con clases de baile, karate, pintura, idiomas, artesanías, etcétera. Deben darse cuenta de que el juego es vital para el desarrollo, tanto físico como emocional e intelectual; deben permitirles jugar y procurarles un sitio, así como juguetes y materiales para hacerlo.

 
 
 

Hay que buscar los juguetes y actividades adecuadas, desde que son chiquitines, así como procurarles sensaciones corporales que enriquezcan su mundo. En la edad escolar los juegos contribuyen al desarrollo físico de los niños, iniciándolos así en actividades deportivas que los forman en múltiples cualidades, como el esfuerzo en equipo, la voluntad, la agudeza mental, el conocimiento de su cuerpo, la adquisición de confianza en sí mismos, el reconocimiento de sus límites y capacidades, así como el hecho de compartir con sus amigos el mundo que los rodea.

A lo largo de la vida los juegos tienen diferentes momentos y son motivados por distintos intereses; todos los seres humanos los necesitamos de acuerdo con nuestras preferencias, distracciones y recreo porque el juego es vital: con el juego descansamos del trabajo diario, de nuestras responsabilidades y podemos ver las cosas desde nuevas perspectivas.





Aprender a distinguir los tipos de juegos, así como las capacidades tanto físicas como emocionales e intelectuales que cada juego tiene, es uno de los campos más fascinantes de la psicología infantil y adulta, los cuales deben ser recorridos y compartidos por padres e hijos. Asimismo, los adultos deben darse a sí mismos la oportunidad de volver a jugar y disfrutar ese tiempo para convivir, con la única responsabilidad de respetar ciertas reglas y olvidar penas y trabajos y obligaciones, aunque sea por unos momentos.