¿Saturando servicios de salud?

Imaginemos por un momento que todos y cada uno de nosotros tomara la decisión de dejar de postergar. Pensemos en las consecuencias de que más de cien millones de personas efectivamente acudiésemos a las revisiones, consultas y estudios a que solemos ser convocados en esta construcción de una cultura de prevención de enfermedades.

Examen médico general para toda la población, una o dos veces por año; revisión odontológica semestral; examen de próstata en los hombres que rebasan las cuatro décadas de edad; estudio de Papanicolau para toda mujer adulta; medición de la glucosa a aquella población en riesgo de desarrollar diabetes; y comprobación de los niveles de colesterol, podrían ser algunos de los ejemplos más representativos.

Curiosamente, así como conocemos a través de los medios de comunicación cuáles son las acciones preventivas pertinentes para cada grupo de población, sabemos también de la saturación de los servicios. Así, pues, la persona que no padece ninguna sintomatología aparente pensará más de una vez si decide finalmente responder a la campaña preventiva que le está convocando. Algunos pensarán que es irresponsable hacer uso de un servicio que perciben innecesario para ellos y apremiante para otros; o bien está quien, previendo la saturación, suponga también lapsos de espera aún más largos.

 

¿Hipocondría?

 Una larga tradición de medicina estrictamente curativa hizo que por generaciones se asociara la consulta médica con el tratamiento de la enfermedad. Es sólo hasta tiempos relativamente recientes cuando se ha dado a la prevención el valor que realmente tiene.

Modificar la visión de la población lleva su tiempo, y ha de incluir como requisito también la información. Muchos de nosotros, los que crecimos con esa visión previa centrada en el papel curativo de la medicina, con frecuencia somos asaltados por la duda sobre acudir o no a consulta. En la mente revolotea la idea de que si estamos sanos en apariencia y sin dolencia alguna, ir con el profesional de la salud implica una suerte de hipocondría. Una especie de búsqueda de enfermedad donde no la hay.

Tan sólo imaginarnos frente al médico, planteándole que acudimos a él o ella sin ningún padecimiento y con la sola intención de confirmar nuestro buen estado de salud, es algo que puede hacernos sentir avergonzados. Daría la impresión de que el ocio o el aburrimiento nos motivan a malbaratar nuestro tiempo y a la vez hacer al galeno perder el suyo, que quizá tenga en la misma sala de espera casos que sí ameriten su dedicación.