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Los manteles llegaron con los muebles finos salidos de las manos de maestros ebanistas. Tablas chapadas e incrustadas con marfil o maderas preciosas requerían de una protección más efectiva y de ahí la costumbre de cubrirlas con una tela cuando llegaba el momento de comer. Entonces su función era la de resguardar la mesa. Salpicaduras y manchas quedaban en el lienzo, que para eso era, y el mobiliario permanecía impecable. Tiempo después y gracias a la habilidad de tejedoras y bordadoras, se comenzaron a elaborar géneros de ornato cuya función era específicamente decorativa. Los deshilados y el encaje hicieron su aparición para apuntalar entre las clases acomodadas, una moda llena de coquetería. Aspecto que para una buena parte de la población mundial, sigue siendo algo totalmente secundario. |
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Volviendo a ese hogar en el que el mantel representaba el diario campo de batalla, valdría la pena comenzar a definir algunas cosas.
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