Cuando me porto mal a veces me toca un pellizco o un manazo: ése es el estilo de mi mamá. Ella cuenta que cuando era niña, mis abuelos le daban sus buenas nalgadas y, si la falta era grande, hasta el cinturón salía a relucir. Yo he de tener suerte porque a mí no me toca tan fuerte, y tampoco es muy seguido; pero de todas maneras, además del dolor, me queda un hueco en el corazón.

            Mi papá nunca nos toca y por eso no me provoca miedo, ni me tengo que hacer chiquita esperando un sopapo. Él regaña, prefiere hablar porque así aprendió en su casa cuando también era niño. Tampoco grita ni insulta, pero dice unas cosas horribles que te dejan dolorida por dentro, hasta me he llegado a sentir cucaracha.

            ¿Por qué tendría que escoger entre un regaño muy fuerte o un golpe? Yo entiendo si me hablan normal.

 
            ¿Crees que para educarnos es necesario que nos traten mal?


Inicio