Ramón Cordero G.

Pareciera ser que los desastres naturales están a la orden del día. La capacidad de cobertura por parte de los medios de comunicación ha hecho posible que cotidianamente tengamos imágenes e información de las catástrofes que se presentan en cualquier rincón del mundo.

Sismos, inundaciones, sequías, tifones, deslaves, incendios forestales, hambrunas, epidemias, tornados y hasta tsunamis se suceden de manera tan vertiginosa, que —a menos que por algún motivo particular nos sean significativos— se convierten en una serie de acontecimientos que entran al terreno de lo anecdótico, muy parecido a la ficción que las series de televisión presentan como real.

Estamos tan sobreexpuestos a este tipo de información, que cronistas, periodistas, voceros y personas públicas responsables de implementar las acciones correctivas, encuentran dificultades para describir con suficiente énfasis, la magnitud y los efectos de los eventos que mucho tienen de tragedia. Más complicado aún cuando se pretende sensibilizar y quizá convocar la ayuda solidaria.

Dramatizando una descripción

A raíz de las inundaciones provocadas durante la temporada de ciclones de 2005, mismos que afectaron a poblaciones de la costa este de los Estados Unidos, México, Cuba, Guatemala, Belice, Nicaragua y otros países de América, comenzó a ser frecuente el uso de expresiones que, intentando mostrar la dimensión de las desgracias, apelaban al carácter democrático del infortunio, incluyendo a todos los segmentos de las poblaciones locales.

“Ha sido tal la fuerza del meteoro, que ha afectado a todos por igual”

“Entre los damnificados hay ricos y pobres”

“Los daños se extendieron a muchas zonas marginales, pero también a las residenciales”

Si bien estos relatos o crónicas pretenden dar cuenta de lo dramático de las situaciones vividas por los habitantes de alguno de los lugares devastados, se corre también el riesgo de uniformizar los efectos, que siempre son diferenciados de acuerdo con la situación económica de cada familia.

Sin intención, seguramente al incluir a todos, es enmascarado el efecto añadido que tiene la pobreza.

A todos pegan los fenómenos naturales, pero no todos reciben un golpe igual.