Ramón Cordero G.


PPensamos en un búmerang y de inmediato vienen a nuestra mente Australia y sus aborígenes. Curiosamente, este desarrollo tecnológico también lo hicieron los antiguos egipcios y algunos pueblos indios localizados en lo que ahora son territorios de California y Arizona, en los Estados Unidos. De hecho, en el sur de la India también tienen artefactos semejantes al modelo australiano.

¿Por qué decimos que es una maravilla de la física aplicada?

Son varias las razones para ello. Primero tenemos que decir que el búmerang era un arma para combatir y un instrumento de cacería. Puesto que no hacían uso de los metales, se requería un instrumento duro y con bordes afilados que pudiera causar heridas importantes.

Fabricados con madera de eucalipto o acacia, al ser arrojados, el propio pulido de sus bordes —semejantes a los de una hélice o a los de un ala de avión— permitía que se deslizaran por el aire con efectividad, pero también con alto grado de peligrosidad para el enemigo o la presa buscada.

Si observas el diseño, encontrarás que es totalmente aerodinámico.

Nota que una de las superficies es más ancha que la otra, una condición para mantenerlo más tiempo en el aire y lograr mayor alcance. También podrás darte cuenta de que el vértice es tan fino, que podría causar un daño importante en la persona o el animal que fuera alcanzado.

Un problema a resolver era que, pudiendo volar distancias más o menos considerables, existía la posibilidad de perderlo o quedar demasiado lejos si había necesidad de defenderse. Igualmente, al entrenarse en su uso, imagina la flojera del cazador nomás de estar arrojándolo y caminando tras él una y otra vez: debía ser un instrumento que, en caso de no dar en el blanco, tampoco siguiera una trayectoria demasiado larga. Si era posible, pues mejor que regresara a manos del tirador.

Aprovechando las leyes de la física, los primitivos pueblos —que a lo mejor no eran muy buenos para la teoría, pero sí para la práctica— diseñaron el búmerang con un brazo más largo que el otro. Así, al tener distinto peso en cada lado, se provocaba que el vuelo del instrumento no fuera en línea recta, sino que siguiera una trayectoria curva.

 

Hay búmerangs con diferentes proporciones en el tamaño de sus brazos, y eso tenía que ver con la distancia que se deseaba alcanzar o la facilidad esperada para su retorno al sitio original. También existen diferencias en el ángulo de apertura entre los lados. Así algunos servían para pelear, otros para cazar animales en tierra, algunos más para alcanzar aves en pleno vuelo e incluso otros para el simple entrenamiento.

La variedad era inmensa. Con un peso promedio de 350 gramos, los búmerangs podían medir de 30 a 75 centímetros. Los menos angulados y más pesados eran los que lograban alcanzar una mayor lejanía, pero tenían el inconveniente de que nunca regresaban.

 

 

¿Cómo se debía arrojar para poder aprovechar las leyes de la aerodinámica?

Seguramente cada cazador tenía su estilo. Los aborígenes australianos que aún ahora lo emplean, corren un poco para darle mayor impulso, igual que los deportistas que arrojan la jabalina en las competencias de atletismo. Al tomarlo, cuidan que el borde menos ancho quede en la parte inferior y la parte más ancha en la superior. Arrojándolo de esta manera, evitan que viaje en dirección al piso y se mantenga suspendido en el aire una distancia mayor. Ah, y lo más importante: siempre se sujeta del brazo más corto para favorecer la trayectoria en redondo.

Cada cocinero tiene su secreto y los lanzadores de búmerang también, sobre todo cuando quieren que el artefacto vuelva a sus manos. La fórmula infalible para hacer que regrese al sitio original, es lanzarlo contra el viento y con un ángulo de entre 30 y 45 grados.

Los pueblos aborígenes australianos fueron considerados todavía hasta hace poco como de los más atrasados del mundo, con un desarrollo equivalente al de la Edad de Piedra. Con este ejemplo de física aplicada y con tanto ingenio, podrás darte cuenta de que el desarrollo intelectual tiene más de una manera de manifestarse.