Los
cantos mojados de ponche se estrellan insistentemente en la puerta.
Les siguen los rechazos y a éstos un nuevo y último intento. Las puertas
se abren, la piñata escondida tiembla de miedo. Las velas y bengalas,
como estrellas fugaces en las manos de los niños, dan posada a la
esperanza. Las posadas se incorporan a las fiestas navideñas.
Las
posadas se celebran desde hace 398 años y simbolizan el peregrinaje
de María y José, desde que salen de Nazaret hasta Nochebuena, Noche-Jesús,
Noche-Reyes Magos, Noche-Regalos, Noche-Navidad.
Pero
estas fiestas de origen mexicano se inician tiempo atrás de la época
colonial, en el momento en que los indígenas celebraban la llegada
de Huitzilopochtli, Dios de la Guerra. Los agustinos, como los franciscanos
en las pastorelas, se aplican a la misión de disfrazar estas celebraciones
con el nacimiento de Jesús para fines de evangelización.
Primero
fueron conocidas como fiestas de aguinaldo, cuando en 1587 fray Diego
de Soria obtuvo permiso del Vaticano para celebrar misas en los atrios
y cúpulas abiertas de las iglesias: entre la misa se intercalaban
pasajes y escenas de la Navidad.
De
las misas de aguinaldo, las posadas evolucionaron hasta formar parte
íntima de la sociedad, que es la familia. Se volvieron más populares,
sobre todo desde el siglo XVIII; aunque es hasta finales de la Revolución
Mexicana cuando existe una revaloración de las tradiciones culturales
y las posadas se reivindican en la sociedad mexicana.
Las
posadas dejaron de ser, hasta la fecha, pretextos religiosos y se
han convertido en motivos de fiesta y reunión para la familia. Y han
evolucionado y variado según el lugar y familia donde se celebre.
Se canta la llegada de los peregrinos, se rompe la piñata, se arrulla
al Niño Dios y se mantienen luces de bengala en las manos, como estrellas
fugaces, que representan la esperanza de un año más.