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Autor: Flor Muñoz López

 

España y su necesidad de educar

Encontrar el “Nuevo Mundo” fue sólo el primer paso, tomar plena posesión de él fue más complicado. Entre finales del siglo XV y principios del XVI, la Iglesia católica concentraba un gran poder político y económico en Europa. Tanto, que le correspondía otorgar concesiones para entrar en dominio de los territorios recién descubiertos y las personas que ahí habitaban. Así fue como Portugal y España establecieron sus colonias, pero una de las condiciones papales para hacerlo, consistió en el compromiso de cristianizar a la población nativa. Esto implicó no sólo la desaparición de las instituciones educativas existentes, sino que se trastocaron las creencias, la economía, relaciones sociales y demás elementos que constituían a las sociedades americanas, que tenían un alto grado de desarrollo, pero con características distintas del europeo.

En México, durante la época colonial, esa actividad estuvo en manos de las órdenes religiosasSociedades religiosas, principalmente católicas, compuestas por individuos dispuestos a acatar las reglas y la disciplina establecidas por su fundador. Por ejemplo, la orden Franciscana o la Dominica. enviadas desde España para que se encargaran de evangelizar a los habitantes originarios. Con el paso del tiempo y el nacimiento de nuevas generaciones, debieron enfrentar otros retos: educar a los hijos de españoles nacidos en América, pero también a mestizos, mulatos y todos aquellos grupos que eran producto de la mezcla de orígenes étnicos distintos.

Desde luego que este trabajo resultaba oneroso para las órdenes y requerían de recursos económicos, los cuales provenían del diezmo. Además estaban las donaciones que recibían de la gente adinerada: ellas consistían en becas de por vida para algunos alumnos, o bien en la herencia de bienes tales como haciendas. Enseñar la palabra de Dios era una de las habilidades que debía tener el religioso, pero también era indispensable la capacidad de persuasión para que los pudientes colaboraran.

 

Las primeras órdenes en los territorios conquistados

La evangelización fue una labor clave para el rey de España, porque así justificó el sometimiento de los pueblos de América. No en vano solemos hablar de una conquista espiritual realizada simultáneamente con la cruz y la espada. El cambio religioso implicaba transformaciones culturales profundas para los pueblos sometidos, además de que su mundo espiritual fue invadido por nuevos elementos como ángeles, santos y vírgenes, se transmitía una nueva visión del mundo y se imponían los valores europeos

Los frailes iniciaron su obra con la enseñanza de las primeras letras, artes y oficios. Algunos de los más comprometidos se interesaron en conocer además de las lenguas americanas, la historia, costumbres, creencias y prácticas de la población, logrando redactar desde textos de gramática y vocabularios, hasta obras descriptivas en las que participaron algunos indígenas, como fue el caso de la Historia general de las cosas de la Nueva España, de Fray Bernardino de Sahagún, A Fray Juan de Tovar, que aprendió náhuatl, otomí y mazahua, le fue posible traducir el manuscrito indígena Relación de los indios que habitan en esta Nueva España. Referencias básicas para trabajos que, posteriormente, escribirían los criollos como Fray Juan de Torquemada y su Monarquía Indiana.

Los franciscanos fueron los primeros en arribar a la Nueva España, y en 1536 fundaron el Imperial Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco. Junto con la instrucción, incorporaron otras prácticas como la celebración de misas, representaciones teatrales y fiestas en honor de los santos en capillas y templos improvisados. Posteriormente arribaron agustinos y dominicos, quienes se fueron estableciendo en las regiones centro, sur y sureste de nuestro país. Todos con el mismo objetivo, pero distribuyéndose para lograr la conversión de la mayoría de los pobladores.

En una sociedad que evolucionaba, más tarde se dedicaron también a impartir la enseñanza de primeras letras a niños de todos los grupos sociales. Las familias españolas acaudaladas tenían particular interés en que sus hijos, los criollos, recibieran una educación equivalente a la que podrían tener acceso en su tierra de origen, pero para ello se requería gente de experiencia en este rubro. Fue por ello que se pensó en solicitar el apoyo de una nueva orden religiosa, la Compañía de Jesús, que en Europa dirigía reconocidos colegios y universidades.




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