La vida política
de la colonia novohispana estaba en manos de una minoría de origen
europeo, constituída en su mayoría, pero no exclusivamente, por españoles
y sus descendientes.
En la Nueva
España había dos tipos de españoles: los que habían nacido en España,
a los que se llamaba "peninsulares", y los que habían nacido en América,
es decir, los "criollos". Peninsulares o criollos, a todos los españoles
se les llamaba coloquialmente "gachupines".
Aunque ante
la ley los criollos eran considerados españoles, en la práctica no
se les consideraba iguales. Desde el inicio de la colonia hubo tensiones
entre criollos y peninsulares. Los segundos decían que las condiciones
climáticas de América degeneraban el cerebro y mente de los europeos
y por eso los criollos no eran tan capaces como ellos. Los criollos,
sin embargo, insistían en que eran iguales y tan leales a la Corona
como cualquier español. Obviamente, tanto criollos como peninsulares
querían el control sobre las poblaciones indígenas y el acceso al
poder político.
Aunque la
mayoría de la nobleza novohispana era criolla y muchos de ellos se
educaban en la Universidad de México y en los colegios religiosos,
había límites al ascenso social de este grupo. El virrey siempre era
español y los altos cargos del Ejército los tenían los españoles.
Para colmo, las mujeres blancas preferían a los peninsulares antes
que a los criollos. La marginación que sufrieron los criollos por
los españoles y su reclamo de participar de la vida oficial del lugar
donde habían nacido desembocó en un sentimiento que se ha visto como
el despertar del espíritu nacional.
Finalmente,
aunque la mayoría de los blancos tenían más oportunidades sociales
que el resto de la población, también hubo blancos pobres que llegaron
a la Nueva España con la ilusión de hacerse ricos. Como muchos de
ellos no lo conseguían, se dedicaban a vagabundear. A éstos, se les
agrupaba con los negros, mulatos y mestizos.