Quetzalcóatl en el siglo XX

En cada reaparición de Quetzalcóatl encontramos nuevas apariencias y simbolismos. Durante los años posteriores a la Revolución Mexicana, el mito del hombre-dios vivió un importante renacimiento. Uno de sus detonadores fue la reconstrucción del Templo de Quetzalcóatl, en la ciudad de Teotihuacan, en 1921. Para varios estudiosos del pasado prehispánico, como Manuel Gamio y Miguel Othón de Mendizábal, la urbe teotihuacana fue la patria del Quetzalcóatl histórico y desde allí, la cultura que enseñaría el gobernante se difundiría al resto de los pueblos indígenas. Dejando a un lado la polémica en torno a qué ciudad habitaron los toltecas de Ce Ácatl, esta tesis revela la centralidad que se atribuye al héroe en la concepción de una fuente cultural original de la civilización mesoamericana. De este modo la arqueología, con pretensiones científicas, actualizaba la tradición colonial del Quetzalcóatl-civilizador-maestro, que se convertirá, con su propia definición histórica, en la imagen más poderosa de este personaje en el México posrevolucionario.

Tan sólo en la década de los veinte, el renacimiento del mito de Quetzalcóatl inspiró la oscura novela The Plumed Serpent (1925), donde el escritor inglés D.H. Lawrence narra el inquietante encuentro de la protagonista, una occidental, con el espíritu ancestral y bárbaro de México; la obra dramática de tintes propagandistas Quetzalcóatl (1928), del folklorista Rubén M. Campos; y en el ámbito académico: el primer número de la revista Quetzalcóatl, órgano de la Sociedad de Antropología y Etnología (1928) y la publicación de The song of Quetzalcóatl (1930), versión lírica en inglés de los textos en náhuatl de Sahagún, por John Hubert Cornyn.

En el horizonte cultural de los años veinte, se establecía que Quetzalcóatl había sido el gobernante por excelencia de la genealogía tolteca y un dios ligado al poder imperial y a la creación del cosmos para los mexicas. Pero para referirse al héroe se recurría sobre todo a las versiones virreinales que trataban el tema. Para finales de esa década, la imagen de Quetzalcóatl se componía de distintas facetas que mostraban la occidentalización que frailes, estudiosos y viajeros habían ejercido sobre ese mito. La presencia de Quetzalcóatl se anuncia como una imagen simbólica de la identidad nacional: el “México indígena” del pasado y/o del presente; y, en particular, como un antecedente primigenio de la simiente civilizada e ilustrada que formaba parte de esa identidad, como se verá más adelante. De cualquier manera, la presencia de Quetzalcóatl cumplía un papel positivo o, en todo caso, esperanzador.

En una época en la que México reconstruía su imagen dentro de la cultura occidental, Quetzalcóatl se colocó a la altura de los más insignes espíritus universales. Para el edificio de la Secretaría de Educación, José Vasconcelos encargó cuatro bajorrelieves para los ángulos del espacio que se conoce como patio del Trabajo con los nombres de (Bartolomé de) Las Casas, Platón, Buda y Quetzalcóatl, según el ministro: “el primer educador de esta zona del mundo.”

En el campo de las artes plásticas, Quetzalcóatl ha servido de inspiración para muchos artistas. Diego Rivera pintó la saga de Quetzalcóatl en el muro donde representa al México antiguo, de su mural Historia de México (1929), ubicado en la escalera principal del Palacio Nacional, aprovechando el prestigio civilizador del dios para exponer su visión positiva del mundo indígena. José Clemente Orozco pintó un inquietante Quetzalcóatl, como profeta y visionario, en los años 1932 y 1934 en sus murales del Dartmouth Collage en New Hampshire, Estados Unidos, en donde desarrolló una interpretación de la civilización en el continente americano. David Alfaro Siqueiros incluyó una referencia arqueológica de la serpiente emplumada en Cuauhtémoc contra el mito (1944), en el Tecpan de Santiago Tlatelolco. Rufino Tamayo recurrió al mito cósmico de la serpiente emplumada en su mural Dualidad (1964) en el Museo Nacional de Antropología e Historia de la ciudad de México. La serpiente emplumada también se usa como elemento simbólico importante en la iconografía del arte chicano.

La poderosa presencia de Quetzalcóatl también ha servido para afanes políticos. En 1930 el famoso personaje llegó a ser propuesto como sustituto de Santa Claus y símbolo de la Navidad en México, con la finalidad de fomentar el nacionalismo. Décadas más tarde, un presidente usó a Quetzalcóatl como insignia para exponer su “mística” como gobernante del país.

Actualmente, la comprensión del mito y atributos de Quetzalcóatl recoge una larga tradición. Al aura cosmogónica y civilizatoria que lo invistió desde su origen se suma la dignidad imperial que los mexicas habían enfatizado, las cualidades cristianas que los cronistas novohispanos le atribuyeron, la capacidad redentora impuesta por el patriotismo criollo, la procedencia misteriosa de tintes orientales del difusionismo decimonónico. La creencia en la “ascendencia asiática” de Quetzalcóatl o el vínculo esencial de éste con Oriente se fortaleció por el interés que algunos estudiosos (como José Vasconcelos) tuvieron por aspectos espirituales e intelectuales orientales, especialmente de India. Pero lo más notable de la representación de este personaje tiene que ver con el elogio de su obra civilizadora.