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Teotihuacan (0 a 700 d. de N. E.) fue una ciudad muy importante para los pobladores mesoamericanos. Cuando esta cultura desapareció, los pueblos nahuas que conocieron los vestigios de esta majestuosa ciudad, abandonada y en ruinas después del año 700, establecieron que esta urbe debió ser construida por los dioses. De ahí que ahora la conozcamos con el nombre nahua de Teotihuacan, "lugar donde nacen los dioses".

Según un mito nahua recogido por Fray Bernardino de Sahagún en el siglo XVI, fue en el momento de la creación del Quinto Sol cuando tuvo lugar la fundación de Teotihuacan. Varios mitos relatan que hubo cuatro soles o edades en las que los dioses trataron de mejorar al ser humano y el alimento que habría de sustentarlo. Pero cada vez los hombres y alimentos resultaban imperfectos. Así que los dioses decidieron reunirse en Teotihuacan para crear un nuevo sol, un nuevo hombre y dotarlo de alimento. Según este mito, una vez que los dioses lograron su propósito, les ordenaron a unos gigantes que construyeran una ciudad digna de ellos y que fuera habitada por sabios y "conocedores de la tradición". Así nació Teotihuacan.

El mito del Quinto Sol

El relato de la creación del Quinto Sol cuenta que cuando aún era de noche, cuando no había luz, los dioses se reunieron en Teotihuacan y se preguntaron entre sí: "¿quién hará alumbrar, quién hará amanecer?". El primero en proponerse para la tarea fue el arrogante y rico dios Tecuciztécatl. Sin embargo, faltaba otro voluntario más y ninguno de los dioses se atrevía a ofrecerse por el temor de morir en la hoguera sagrada.

Nanahuatzin, uno de los dioses, permanecía escuchando cuanto se decía. Este era un dios pobre, despreciado por enfermizo y por las deformidades que tenía en su cuerpo. Sin embargo, cuando los dioses le pidieron que se sacrificara para crear el sol, no lo dudó y mostró su valor aceptando de inmediato. Tecuciztécatl y Nanahuatzin hicieron penitencia mientras los demás dioses encendían la hoguera para que aquel que se arrojara se convirtiera en el astro luminoso.

Cuando Tecuciztécatl se enfrentó a la gran hoguera, retrocedió aterrorizado del fuego. Pero Nanahuatzin no perdió el valor y se arrojó a la hoguera para convertirse en el quinto sol que alumbraría la tierra. Después, el dios poderoso imitó el ejemplo del dios pobre. Ambos surgieron en el cielo como luminarias, pero uno de los dioses, indignado ante la cobardía de Tecuciztécatl, le arrojó un conejo y le hizo perder su brillo. Todavía hoy es más pálido que el Sol: la Luna.

Pero el sol no se movía. Entonces los dioses decidieron sacrificarse y morir para iniciar el movimiento solar. Este sacrificio provocó que el sol comenzara a desplazarse por el cielo, y se creara el día y la noche en una lucha constante. Esta parte del mito se usó como justificación religiosa de los sacrificios humanos.

Fuente:
El milenio teotihuacano (textos de Eduardo Matos Moctezuma e ilustraciones de Leonid Nepomniachi e Irina Botcharova. México, CNCA / Editorial México Desconocido (colección Pasajes de la Historia IV), 2000.

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