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“La biblioteca complementa a la escuela;
en muchos casos la sustituye
y en todos los casos la supera”

José Vasconcelos

 

En esta foto, que fue tomada cerca de 1923, un grupo de niños estudian bajo la supervisión de un maestro en la biblioteca infantil que abrió la Secretaría de Educación Pública en sus locales de la calle de Argentina, en el centro histórico de la Ciudad de México. Sobre los anaqueles de libros se aprecia la decoración mural que realizó el pintor Carlos Mérida y la inscripción de un poema de la escritora chilena Gabriela Mistral sobre Caperucita Roja. En un mismo espacio los niños conviven con el conocimiento contenido en los libros y la inspiración convocada por las artes plásticas y literarias. Esta biblioteca sintetiza la utopía cultural de quien fuera ministro de Educación en México de 1920 a 1924: José Vasconcelos.

Según cifras oficiales, en 1920 había en todo México 70 bibliotecas. De éstas, tan sólo 39 eran públicas. Cuando José Vasconcelos asumió el cargo de ministro en la recién creada Secretaría de Educación Pública, bajo el gobierno de Álvaro Obregón, se propuso multiplicar las bibliotecas instalando por lo menos una de ellas en cada población mayor de tres mil habitantes.

El esfuerzo de creación de bibliotecas se realizó dentro del marco de la Campaña contra el Analfabetismo en la que participaron muchos intelectuales que colaboraron con el ministro. En enero de 1921 se creó la Dirección de Bibliotecas Populares y la dirigió Vicente Lombardo Toledano, que dependía del Departamento de Bibliotecas a cargo de Jaime Torres Bodet. En el primer semestre de ese año se abrieron en todo el país 165 pequeñas bibliotecas y se distribuyeron 13 mil volúmenes que se importaron mayoritariamente de España. Entre éstos había libros escolares, técnicos, novelas, enciclopedias y diccionarios. Numerosos establecimientos escolares de ciudades y pueblos solicitaban libros; pero también, y sobre todo, querían crear su propia biblioteca asociaciones obreras y mutualistas . Asimismo, los maestros misioneros que visitaban a los pueblos más recónditos del país llevaban una biblioteca ambulante, que en muchos casos viajaba en una caja de madera acarreada a lomo de mula.

 

El Departamento de Bibliotecas clasificó las bibliotecas en cinco categorías: públicas, obreras, escolares, diversas y circulantes. Se crearon cinco tipos de colecciones para enviar según las distintas necesidades. La más ambiciosa de estas colecciones tenía más de 100 ejemplares e incluía obras de aritmética, geometría, astronomía popular, física y química elementales, biología, agricultura, geografía e historia de México, libros de tecnología industrial, pequeñas industrias, pedagogía, obras literarias, sociológicas y filosóficas. Los títulos eran variados: entre ellos podemos mencionar los Evangelios, el Quijote, la Odisea, los Diálogos de Platón y las Cien mejores poesías mexicanas. También había una variedad de autores considerados por el ministro como indispensables para formar un espíritu humanista: Descartes, Kant, Bergson, Spencer, Darwin, Marx, Aristóteles, Eurípides, Platón, Marco Aurelio, San Agustín, Rodó, Lope de Vega, Alarcón, Calderón, Galdós, Rolland, Shakespeare, Voltaire, Rousseau, Goethe, Ibsen, Víctor Hugo, Andersen, Othón, Gutiérrez Nájera, Díaz Mirón y Nervo, entre otros. Además se contaba con una biblioteca especializada para niños con 164 títulos.

En los primeros meses de 1922 se empezaron a crear bibliotecas públicas y obreras en el Distrito Federal. Cada una de ellas se organizaba como un centro de cultura, donde se llevaban a cabo conferencias, lecturas y debates por lo menos una vez al mes. Muchas llevaban el nombre de algún escritor mexicano o hispanoamericano (por ejemplo la Biblioteca Gabriela Mistral). Estos locales se instalaron en barrios populares, así como en centros obreros de la capital y su periferia, y cada una contaba con una sección de libros para niños. En 1924 se inauguraron dos bibliotecas importantes: la Cervantes y la Iberoamericana (en el edificio de la SEP), esta última decorada con un mural de Roberto Montenegro.

El esfuerzo de la Secretaría de Educación rindió frutos: para 1924 se había incrementado el número de bibliotecas de todo tipo a cerca de dos mil y se habían repartido poco más de 200 mil libros. Los libros, considerados por el ministro Vasconcelos como los mejores vehículos del conocimiento, llegaron a zonas del país donde prácticamente no había ninguno y muchos niños pudieron beneficiarse de ellos. Esta acción educativa significó apenas el inicio del reconocimiento de la importancia de las bibliotecas para la educación de la población mexicana.

 

Fuentes:

 

  • Fell, Claude , José Vasconcelos. Los años del águila (1920-1925), México, UNAM, 1989.

 

  • Los inicios del México contemporáneo. Fotografías Fondo Casasola, México, CNCA, FONCA, INAH, Casa de las imágenes, 1997.

 

 

 


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