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Texto: Itzel Rodríguez Mortellaro
Diseño gráfico: Jani Rivera

 

El filósofo José Vasconcelos fue ministro de educación en México de 1921 a 1924, durante el gobierno del presidente Álvaro Obregón. En estos años, la Secretaría de Educación Pública (SEP) recibió más presupuesto que nunca antes para llevar a cabo programas educativos de envergadura nacional, incrementar la producción y distribución de libros y, en menor medida, para financiar obras de arte público. Aunque breve, la gestión de Vasconcelos dejó huella indeleble en la historia de la educación en México. No sólo por la intensa actividad que desplegó y la importancia de los artistas e intelectuales que colaboraron con él, sino especialmente por las ideas que fundamentaron su credo pedagógico y el papel central que dio a la cultura.

            Uno de los aspectos relevantes del plan educativo de la SEP fue la importancia que se concedió a la educación estética del pueblo (artes plásticas, literatura, música, danza). El arte se difundió y practicó bajo la atención especial del ministro. Como filósofo, José Vasconcelos admiró y estudió la cultura helena, el idealismo, el humanismo y la espiritualidad oriental. Pero en su papel de funcionario público debió dar un giro social y popular a su pensamiento. Sin embargo, intentó mantener una distancia entre el quehacer cultural y la necesidad política. Para Vasconcelos, el arte hacía posible la evolución espiritual de los seres humanos y, en su opinión, cualquier doctrina política que se "apropiara" de la expresión artística desvirtuaba la misión superior del arte.

 

El mecenas del arte

Al inicio de los años veinte, por intermediación del filósofo, regresaron al país Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros y Adolfo Best Maugard, ansiosos por contribuir a la reconstrucción espiritual del país. En 1920, en su discurso de toma de rectoría de la Universidad, Vasconcelos había pedido a los artistas e intelectuales que bajaran "de sus torres de marfil a sellar un pacto de alianza con la revolución". Además, hacia finales de 1921, organizó un viaje por Tehuantepec al que se hizo acompañar por artistas y escritores con el fin de que se impregnaran del ambiente nacional porque creía que el instrumento revolucionario de aculturación del pueblo mexicano sería un arte que reflejara el "alma del pueblo".

            Como parte de su convicción de que el arte transforma al ser humano, Vasconcelos concedió a los artistas muros de edificios públicos para que los pintaran. Él obtuvo los muros, el dinero para los materiales y los sueldos de los artistas y con ello propició el inicio del movimiento muralista. Su primer encargo fue la decoración del antiguo templo de San Pedro y San Pablo, que convirtió en la Sala de Discusiones Múltiples. Aquí, Roberto Montenegro pintó un gran mural y también se hicieron murales menores (como el de Xavier Guerrero) así como decoraciones en elementos arquitectónicos, vitrales y mosaicos (donde participaron Jorge Enciso, Gabriel Fernández Ledesma y Roberto Montenegro). Después dio los muros de la Escuela Nacional Preparatoria, en el Antiguo Colegio de San Ildefonso, a varios artistas (Jean Charlot, Fernando Leal, Ramón Alva de la Canal, Fermín Revueltas, Emilio García Cahero, Diego Rivera, José Clemente Orozco, David Alfaro Sequeiros). Paralelamente impulsó la construcción y decoración mural y escultórica del edificio de la Secretaría de Educación Pública, donde participaron los artistas Roberto Montenegro, Diego Rivera, Jean Charlot, Carlos Mérida, Amado de la Cueva, Manuel Centurión, Ignacio Asúnsolo. Asimismo se encargó de la construcción del Estadio Nacional, con murales de Diego Rivera.

            Fiel a sus ideas, Vasconcelos concedió a los artistas que contrató toda la libertad para desarrollar la temática y el estilo que desearan, aun a pesar de que en ocasiones no coincidía con sus planteamientos. Las diferencias entre el ministro y los artistas derivó en confrontaciones y rupturas (fue famoso el pleito con Diego Rivera), pero el ministro nunca censuró o canceló los proyectos artísticos.

            El Estado obregonista se convirtió en mecenas del arte al incorporar a los artistas a la política cultural. Vasconcelos no sólo los contrató para proyectos artísticos, también integró a algunos a la burocracia de la SEP como maestros de dibujo o funcionarios culturales (por ejemplo Adolfo Best Maugard, Gabriel Fernández Ledesma, Rufino Tamayo y Roberto Montenegro). Gracias a esta asimilación oficial muchos artistas adquirieron presencia social y política.

 

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