Son de recordar aquellos tiempos en que al visitar diferentes regiones del país, bien podía conseguirse un pequeño recuerdo para traer a casa o para obsequiar a la gente que uno tenía en mente. Objetos artesanales que por sí mismos, daban testimonio de la herencia cultural de la comunidad que las había generado. De una o de otra forma nos hablaban de las actividades económicas, de los juegos, de los recursos, la gastronomía y costumbres del lugar.

Sí, fueron buenos tiempos que —para infortunio nuestro— parecen estar llegando a su fin. Bueno, al menos ésa es la impresión que queda al visitar el bello puerto, aquel bosque o la comunidad rural, donde encontramos artesanías que han perdido su identidad. Los mismos tapetitos de alguna fibra vegetal, el llaverito de acrílico o la taza, en los que la única diferencia es el final de la frase: “Recuerdo de...”, que habrá de ser completado con el nombre del sitio en cuestión. Objetos en los que el descuido de quien vende, de cuando en cuando nos deja descubrir la pequeña etiqueta que consigna la procedencia Made in China . Igual sucede con aquella artesanía que parece descuidada, mal terminada y hecha como “al aventón”.

Tradición artesanal que no sólo hemos sido capaces de mantener, sino que en muchos casos hemos contribuido a aniquilar. Oficios, destreza y cultura que poco a poco van por el camino a los sepulcros, dejando el sitio a nuevas prácticas que tienen que ver más con el diario sobrevivir.

¿Que hemos contribuido a su desaparición?

Sí, tal vez sin mala intención o con inconsciencia, pero el resultado es el mismo. Podrá alegarse que se trata de la economía de mercado y un efecto de la globalización comercial. Que si los productos vienen e inundan los comercios es a causa de un bajo precio y, porque en la lucha por competir, son extremadamente agresivos.

Es verdad, algo hay de eso, pero también está lo que nosotros hacemos o dejamos de hacer. Ahí persiste la vieja costumbre de regatear el precio que el productor o productora había puesto a su trabajo. Cierto: en algunos pocos casos exagerado, pero quizá también al verse forzados a calcular la depreciación que resultaría de la negociación. El viejo cuento de qué fue primero, el huevo o la gallina. Taso alto mi producto, sabiendo que la intención del comprador será la de lograr una ganga; o devaluamos el trabajo porque sabemos que detrás de él hay un sobreprecio. Uno que intenta “turistear” al comprador, y el interesado que procura “torcer” al que vende.

Hay quien justifica el regateo, asegurando que se trata de una muestra de cortesía hacia el productor. Uno puede irse de espaldas cuando escucha a alguien asegurar que: “La tradición de esos artesanos incluye el regateo, es parte de su forma de vida. Si uno no discute el costo del artículo, se le hace sentir mal porque parece que en realidad uno no está suficientemente interesado”.

Pudiera ser que en comunidades acostumbradas al intercambio y al mercadeo, esto fuera parcialmente cierto. Sin embargo, lo que en el fondo hay es una relación de poder donde el comprador potencial puede continuar la vida sin la artesanía. El artesano, en cambio, requiere de la venta para complementar su ingreso. En oferta y demanda, puede más quien necesita menos; o tiene mayor margen de negociación el que, por su circunstancia, está en posibilidad de especular.

Está también presente la vieja idea de que lo artesanal tiene por antonomasia menor valor que lo que se considera “arte”. Si el objeto es fabricado por el habitante de la localidad y comercializado en la calle... es artesanía barata. Hay textiles —esperemos que todavía haya quien los fabrique— de hechura tan fina y delicada, que sería torpe no considerarlos artísticos. No sólo por tratarse de diseños únicos y por el detallado trabajo, sino porque han implicado también una importante inversión de tiempo en su elaboración. Recordemos que lo que distingue al arte es la técnica depurada y la firma que personaliza la obra.

Ni qué decir cuando el artesano cae en manos de los intermediarios y mayoristas. De algún lugar tendrá que salir la ganancia y esa casi siempre recae en el trabajo del fabricante.

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