Oferta y demanda

A eso se reduce todo. Tan vigente como siempre, esta ley de la economía. A mayor oferta... menor demanda y viceversa. Si vender una artesanía “auténticamente falsificada” proporciona una ganancia mayor —o implica menos esfuerzo— que fabricar una propia para luego venderla, el resultado es evidente. También estaría involucrada otra lógica: cuánto está dispuesto a pagar el comprador, y en esa misma proporción modificar la técnica de elaboración o los materiales empleados. Dicho en otras palabras: “Podría realizar el trabajo más exquisito que pudiera pensarse, pero como el precio al que tendré que vender corresponde a una baratija, entonces hago a un lado toda mi destreza y la calidad de la materia prima, y de esta manera genero algo que se corresponda con la cantidad que habrá de ser pagada”.

¿Y entonces cómo le damos los primeros auxilios a la actividad?

Realmente se trata de un problema complicado, añejo y lleno de vicios. Así no hay solución sencilla o inmediata, pero en muchos todavía persiste el deseo de poseer y usar un molcajete o un metate cuidadosamente esculpidos. También están quienes aprecian un hilado de alta calidad, canastas de vara casi barrocas o un molinillo de elegante torneado.

¿Por qué no demandar la artesanía de calidad y pagar el precio justo?

¿Qué tal si prefiriéramos lo producido por nuestros artesanos, que lo producido de manera casi industrial en otros países?

Sería una buena idea preferir la adquisición en el taller, que a través de intermediarios y mayoristas. Así gana el artesano y le damos incentivos para no abandonar su actividad.

Nunca está de más conocer cómo se trabaja, cuánto tiempo se invierte y cómo es la técnica de fabricación. Se trata de un intercambio, no de una simple compra venta. Conversemos con las personas que producen artesanía. Y por qué no: si tenemos algo en mente, podríamos pensar en la posibilidad de mandarlo a hacer por encargo. Puede tener un costo mayor, pero lo es también su valor.

Concurramos a los mercados tradicionales. Visitemos los poblados que se han especializado en algún producto artesanal. Busquemos los talleres o las casas donde la gente labora. Conozcamos al otro, apreciemos su trabajo, regalémonos en una artesanía la habilidad, destreza, tradición y cultura de alguien más con quien compartimos nacionalidad.

Tal vez valdría la pena pensar en esto la siguiente vez que estemos tentados a buscar la íntima satisfacción de haber ganado en un negocio de compra-venta. No estaría mal, por las dos partes, aprender a vender y comprar de manera más equitativa. Que el artesano no pierda una forma de vida y nosotros el fruto de su actividad.

 

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