Irene Martínez Zarandona


Sinopsis

 Revisar las diferencias entre enuresis primaria y secundaria y enfatizar la necesidad de consultar al médico y recibir orientación para tratar el problema.

 

Ambas mamás se miraron con un aire de duda y comprensión. Las dos estaban sentadas en la sala de espera del médico pediatra de sus hijos y percibían el hormigueo en el estómago, la ansiedad y la preocupación que sienten los padres que no van a una consulta de rutina, sino por un problema de su hijo.

La madre de Luis comenzó la conversación: tal vez el ser la madre del niño mayor le daba un aire de confianza por la experiencia adquirida en los ocho años de vida de su hijo.

—¡Qué bonito está su niño! ¿Qué edad tiene?

—3 años —dijo orgullosa a medias la madre de Pedro.

Y dijo “medio” orgullosa porque precisamente ése era el problema que la estaba preocupando. Pedrito cumpliría mañana 4 años y todavía tenía que ponerle pañales, porque no aprendía a avisar cuando quería hacer pipí.

Ella lo había intentado todo: sentarlo en la bacinica, compró el escusadito entrenador, le mostró cómo sus primos lo hacían en el escusado, había leído libros, escuchado consejos en el radio, comentado con sus amigas, buscado en artículos de revistas, pero no resolvía nada… La alarma surgió cuando no querían aceptarlo en la escuela por esta razón.

No es normal que vaya a cumplir 4 años y siga orinándose —dijo la directora—: le sugiero que consulte a un médico.

La sorpresa fue para la mamá de Luis, al escuchar el motivo de consulta de la otra señora, pues ella traía a su hijo por algo parecido y así se lo comentó.

—Luis aprendió muy pronto a avisar cuando quería hacer del “uno y del dos” —dijo la señora para expresar orgullosa la habilidad de su retoño—; de hecho lo hizo antes de los dos años y todo lo el mundo me dijo que estaba adelantado. Y sí, la verdad es que mi hijo es muy listo. Pero desde hace unos meses se está orinando en la cama por las noches y no sabemos qué hacer.

El pobre Luis se encogió en su silla: “Qué horror —pensó—: ¿cómo su mamá podía decir a los 4 vientos lo que le estaba pasando? Contar su mayor preocupación secreta, que ni a su mejor amigo le ha dicho y su madre se lo dice a una desconocida y en una sala de espera donde todos estaban escuchando y volteaban a verlo.”

Bueno, eso pensó él, pues la verdad no se atrevió ni a levantar la vista del suelo: sólo atinaba a retorcerse los dedos. Él también estaba nervioso de lo que diría el pediatra cuando lo supiera.

—Hemos probado muchas cosas —continuó la madre—: lo despierto a media noche, pero luego se vuelve a dormir y de todos modos amanece mojado; no le doy agua 4 horas antes de dormir, lo baño con agua fría, y francamente ya no sabemos qué hacer. Déjeme decirle que a su papá le pasaba lo mismo y dice que sufrió mucho, por eso no queremos regañarlo fuerte; aunque en verdad ya estoy desesperada y quiero ponerlo a lavar sus sábanas, para ver si así se controla más.

Ambas madres siguieron compartiendo preocupaciones y técnicas de control de la micción adecuadas para niños, los cuales no acertaban ni a mirarse sabiendo que eran los culpables de tanto nerviosismo materno.