La tía Esther era desafortunada. Cientos de males la habían atormentado a lo largo de su vida: cólicos, dolores de cabeza, torceduras, cortadas, afecciones estomacales, resfriados y hasta una que otra infección. Sí, mujer miserable es la tía Esther porque ninguna medicina —ni siquiera las recetadas por el médico— lograba curarla. En verdad parecía extraña su fisiología, ya que ninguna pastilla, jarabe o pomada proporcionaba alivio a sus males.

—Tome una pastilla de éstas para combatir la inflamación y repita la dosis cada ocho horas.

Eso prescribió el galeno para aquella torcedura de cuello que le provoca dolor. Pasa un día y nada: la molestia sigue incomodando. Transcurren tres más y la torcedura parece seguir igual, acaso una muy ligera mejoría. Luego de una semana, y tras aplicar fomentos calientes, el malestar ha cedido. Esther asegura que ha sido el remedio casero ayudado por el reposo. De la medicina, mejor no hablar... Píldoras engaña-bobos y el médico igual, acaso un charlatán.

Una ventaja tiene y es que el paquete conserva casi la totalidad de las redondas pastillas. Falta sólo una, así que hay la cantidad suficiente para ver si en ocasiones futuras brindan mejores resultados.

Meses después, otra enfermedad. No se trata de esguince o luxación, sino de una infección intestinal. Deliciosos los tacos callejeros, pero han cobrado su tributo, con fiebre, vómito y diarrea.

—Dos cucharadas cada seis horas. Una semana por lo menos.

Nueva receta y medicamento distinto. Todo diferente incluyendo al médico. La tía Esther se queja, y para ello tiene grandes motivos. Han transcurrido las horas y el mal no cede. La estoica mujer soporta el dolor, pero olvida la segunda y tercera tomas. Hasta la siguiente mañana reanuda su tratamiento. No ha comido, ni se le antoja hacerlo porque la náusea la mantiene doblada.

Té de manzanilla, té de anís, atole de arroz, pan tostado y caldo de pollo son su tratamiento a partir del cuarto día. Se siente bastante peor: más fiebre, retortijones persistentes, mareos y una diarrea que amenaza con dejarla en los huesos. Ella lo sabía, o al menos eso supone, era culpa de la medicina. Por eso no surten efecto las infusiones ni las aguas tibias.

Hay un pensamiento que la tranquiliza por lo que supone ha sido una auténtica fortuna. Bebió la suspensión muy pocas veces y sin seguir los horarios que le correspondían. Si así está de mal ahora, ¿cómo habría quedado con las cuatro tomas del día?

Caben algunas preguntas:

  • ¿Qué falló? ¿La medicina o la fisiología de la tía Esther?
  • ¿Se trató de malos médicos o de una mala paciente?

Paciente es el que padece, pero también el que tiene paciencia. Desde luego no fue el caso de la tía aquella. Tratándose de enfermedades hay varias cosas que deberíamos considerar.

 

No hay poder desde la caja

Sin importar el poder del medicamento o su especificidad, nunca ejerce efecto desde su empaque original. Retrasar la dosis, olvidar tomarla o alterar frecuencia y cantidad, impide la cabal acción curativa. En este caso es absurdo atribuir la responsabilidad al galeno o a la medicina.

Tome la sustancia como le fue prescrito, ésa es su responsabilidad.

 

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