Menudo embrollo en el que se metió el mismísimo rector de la Universidad de Harvard cuando, en una conferencia dictada a profesores y profesoras de varias instituciones propuso: es la falta de habilidad natural para las carreras científicas y las matemáticas, lo que ocasiona el bajo número de mujeres dedicadas a esos campos .

 

Al doctor Laurence H. Summers —secretario del Tesoro de los Estados Unidos de América durante el mandato de William Clinton— le costó una cascada de críticas lo expresado en el día 14 de enero de 2005 durante su intervención en un seminario organizado por un centro de investigaciones económicas. Muchas de las investigadoras y académicas presentes en el acto optaron por su salida indignada del recinto. Algunas más, aunque permanecieron en su sitio, no salieron del asombro ante lo que consideraron una muestra de discriminación sexual, en un sitio que —por su actividad en el mundo del pensamiento y por el prestigio ganado en muchos años— resultaba más desconcertante aún. Las crónicas periodísticas dan también cuenta de que algunas representantes del sector femenino no se sintieron aludidas ni incomodadas por lo dicho en el foro.

Comprensible la irritación de esas mujeres, ya que muchas han tenido que luchar a brazo partido por lograr un sitio en el mundo de la investigación o de la enseñanza. Ah: porque tenemos que reconocer que, si para cualquiera es difícil figurar en el ámbito científico, al menos los varones no han tenido que demostrar que su sexo no representa una limitante: se da por sentado que, siendo hombres, todo se reduce a inteligencia, preparación y disciplina.

Por supuesto que, al igual que en muchos otros escenarios de la vida, los adeptos a tal o cual personaje son incapaces de permanecer impasibles ante la tontería del líder, y ello les mueve a ofrecer las explicaciones que juzgan necesarias para proteger el dorado halo del gurú . Luego de que lo que solemos llamar “ metida de pata , los oficiosos defensores juraban y perjuraban que lo dicho por el rector no era lo que había querido decir. Argumentaban que se trató más bien de una especie de reto para estimular la discusión. Provocación intencional para poner en la mesa un tema de debate propio del campo de las Ciencias Sociales.

 

 

Parecería cosa de poca monta y hasta intrascendente que un simple comentario pueda generar enojo en un grupo de gente madura y preparada. Quizá no ameritaría otra cosa que hacer mención al tonto y prejuiciado macho que puede vivir dentro de cualquiera de nosotros. El punto es que, justo en el ámbito de las ideas y de la formación académica, es donde resulta inadmisible el prejuicio, comúnmente asociado a la ignorancia.

 

Dejemos de lado, por el momento, el ya muy manido tema de las diferencias dentro de la igualdad, que también tramposamente ha sido empleado como andamio que da soporte a prejuicios.

Más allá de hemisferios cerebrales, ciclos hormonales y demás, es un hecho que la presencia de mujeres en cargos de decisión, órganos colegiados y puestos directivos es minoritaria. Falta ver si ello se debe a incapacidad por sexo, o a los obstáculos sistemáticos y a toda una herencia cultural que al paso del tiempo han hecho del desempeño femenino una cuesta arriba bastante pronunciada.

Sí, difícilmente constituirían el 50 por ciento; pero aun así son las suficientes como para hacer ya insostenible que se trate de una excepción que confirme la regla. En la conferencia de marras, el doctor Summers se dirigía a un auditorio en el que una buena parte del público eran mujeres. Investigadoras, profesoras y estudiosas que se encontraban ahí, no por una gentileza de los organizadores, sino porque poseían los méritos académicos suficientes como para ser invitadas.

 
 
 

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