Tal vez sí, tal vez no; pero lo claro y contundente es que lo dijo. Por supuesto que pueden salir al paso chambelanes, pajes, palafreneros y mozos de cuadra a la defensa del caballero , pero el responsable de las palabras es aquel que las pronuncia.

Supongamos por un momento que efectivamente tropezó con sus palabras y que no hubo intencionalidad negativa alguna. La torpeza entonces consiste en hablar con ligereza y —a decir de los psicoanalistas— el doctor no estaría haciendo otra cosa que permitir la salida de algo que está en su inconsciente. Motivo suficiente para ofrecer de inmediato una disculpa, pero no culpando a los demás de ser mal interpretado; sino por haber expuesto una idea de manera descuidada.

No se trata de que el rector carezca del derecho a pensar cualquier tontería; pero si el disgusto de los oyentes fue evidente, habría elementos suficientes como para que el decano pusiera en juego la crítica a sus propias ideas y obtuviera un aprendizaje.

Imaginemos otro panorama. Hagamos de cuenta que el comentario sí tuvo la intencionalidad planteada por sus defensores: la de motivar la discusión.

Flaco favor se hace y le hacen con la justificación, porque entonces nos indicaría que hubo un tratamiento insensible, torpe e inapropiado de la temática, toda vez que para muchas mujeres y hombres es un punto nodal de la problemática contemporánea de la discriminación. Lujo que, desde luego, no puede ni debe darse la primera figura de Harvard.

 

Con algo de mala leche cualquiera podría ironizar, afirmando que si las mujeres tienen una falta de pericia natural para las disciplinas científicas, a los hombres se les dificulta la exposición clara y cabal de lo que piensan. Claro que esto último no contribuye a reparar entuertos, caeríamos en el mismo juego; pero sólo permutando los lugares de quien discrimina y quien es discriminado. Al igual que muchas otras destrezas, características y capacidades personales, se trata de algo que en mucho depende de historias individuales, oportunidades y entornos en los que ha tocado a cada persona vivir.

Tal vez sería saludable hablar de nuestros prejuicios con los demás. Maquillarlos o soslayarlos en el discurso que se prepara con antelación, no modifica la manera en que actuamos y nos plantamos en el mundo. Podría ser más útil para nosotros mismos confrontar nuestras ideas con las de los demás. Debate realizado no para ganar al opuesto, sino para enriquecernos con lo que otros piensan. Escuchando receptivamente y exponiendo con sinceridad, tenemos la oportunidad de poner a prueba lo que suponemos es verdadero.

El doctor Lawrence Summers ya ha ofrecido disculpas y reconoce que lo que se le ha dicho ha constituido una rica fuente de aprendizaje.

Cuando se discrimina por motivos sexuales, aunque solamente sea mediante el lenguaje, no sólo se inflige daño a las mujeres. Los hombres también quedan involucrados, al menos los que aspiran a vivir en un mundo que ofrezca condiciones de equidad y respeto para hombres y mujeres, entre las que se encuentran compañeras, hermanas, hijas, amigas y madres.

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