Qué bueno resulta para algunos de nosotros contar con la televisión. Sin más, algo a lo que se le puede culpar de algunas actitudes violetas que los niños aprenden en casa. El debate es viejo y, sin embargo, no ha tenido su punto final. Culpar al aparato o al programa transmitido puede ser una simplificación extrema en la que busquemos, como padres, una exoneración de lo que los hijos a veces muestran en el terreno de la agresión.

Cuando desplazamos la responsabilidad en la televisión, es equivalente al haber renunciado a nuestro papel de educadores. Como si el aparato fuera autónomo y nos gobernara aun por sobre nuestra voluntad.


Hagamos el análisis de la oferta televisiva durante los horarios habituales de audiencia de nuestros críos y encontraremos que, aunque efectivamente algunas series se caracterizan por una rudeza excesiva, hay otros también que se mantienen al margen de ella. Si nos parece que el contenido no es el adecuado como elemento para el aprendizaje de las criaturas, cabría preguntar: ¿Y entonces por qué les permitimos permanecer sintonizando ese canal durante media hora o más tiempo?

¿A quién corresponde la decisión o la responsabilidad? Si nuestro argumento consiste en decir que eso es lo que le agrada al menor, sería de lo más irresponsable. Justo porque es menor requiere de cuidado y orientación. Carece de un criterio propio y fundado como para hacer una elección de aquello que más le conviene. Equivaldría a decir que dejamos que el niño juegue en el arroyo vehicular porque ese es el juego que le gusta.

Plantear que eso es lo que hay y ofrecen las cadenas de televisión, resulta también pueril. Creadores y programadores tienen un trabajo específico: la búsqueda de audiencias para hacer más valioso el tiempo de publicidad que será posteriormente vendido para la promoción de algún producto o servicio.

Aunque debería, su misión y responsabilidad no es la de educar o seleccionar lo que los niños ven.

Así las cosas, si nosotros somos los padres o tutores —además de adultos— y asumimos la responsabilidad de un sano desarrollo no sólo físico, sino también social y emociona para nuestros vástagos, ¿no seríamos acaso nosotros los encargados de determinar lo que los niños pueden o no mirar por televisión?