Reacción en cadena

Imagine lo que sucederá si su jefe es tan intolerante como para no justificar la falta de asistencia a causa de un catarro “poco importante”, o si su sentido del deber le obliga a presentarse a pesar del malestar.

En la oficina, el taller o la escuela, usted se convertirá no sólo en la fábrica de muchos más agentes patógenos, sino que actuará como su más eficiente y dedicado agente publicitario, al permitirle esparcirse por todo el aire que se comparte con los compañeros de trabajo.

Fielmente, hará un generoso y democrático reparto de los virus que han tenido a bien ocupar su cuerpo y servirse de él para la multiplicación. Igual de eficaz que el promotor de algún producto comercial que ofrece a todo público, una muestra gratuita de su producto.

Podría ser que, como producto de la fatiga y la tensión laboral, usted finalmente decida no asistir al día siguiente. También podría darse el caso de que, poco a poco sintiera la mejoría y terminara por sanar sin mayor alteración al cabo de una semana. No obstante, cualquiera que fuera el caso, usted ya habría cumplido su papel epidemiológico como vector de la enfermedad.

Después de aquel episodio de estornudos y flujo nasal, con toda certeza habrá contagiado a varios de sus compañeros: si al igual que usted se empeñan a cumplir con su asistencia contra viento y marea, lograrán infectar a otra proporción de los que habían logrado permanecer sanos a pesar de su microbiana contribución.

Así las cosas, si usted logró contagiar a 5 ó 6 personas, cada una de ellas hará lo mismo en un plazo menor a la semana, pero además de hacerlo en el mismo espacio de trabajo, lo mismo se repetirá con sus familias, con lo que la enfermedad puede alcanzar casi cualquier sitio donde se reúnan dos o más personas: escuelas, cines, templos de culto religioso, salones de fiesta, espacios para reuniones sociales. Ahora lo que tenemos, es una epidemia.

 

 

¿Qué es más productivo, eficiente y saludable?

 

Presionar a la gente para que acuda al trabajo o a la escuela cuando está acatarrada, aunque los síntomas sean muy ligeros o, bien, promover que permanezcan en sus casas, minimizando las oportunidades de contagio masivo y permitiendo una rápida mejoría con el descanso, además de reducir el riesgo de una complicación.

Claro que puede no creerse en todo esto y ahí cabría una recomendación para disipar las dudas de padres, directores de recursos humanos, prefectos, administradores y encargados del control escolar: consulten a su médico para no errar y permitir que en su centro se trabaje con eficiencia.

Consejo por duplicado cuando además se nota ese cosquilleo e irritación de garganta, mucosidad nasal que se empeña en no parar, tos, estornudos y malestar. Puede que no sea nada grave, pero por aquello de las dudas, más vale consultar al médico.

 

 

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