Los policías intentan dispersar a la masa sin mucho éxito.
Son tantos los espectadores y tan pocos los agentes del orden, que apenas
han logrado que algunos vecinos den dos pasos atrás cuando los
de más allá se han colado un par de metros.
La gente protesta. ¡Qué falta de consideración! ¿Por
qué empujan si todos queremos ver? No falta el cretino que invoca
su derecho para ver, porque la calle es libre y, según él,
paga sus impuestos.
Al fin llega la ambulancia y un carro de bomberos. Todo mejora con los
recién llegados. Hay más emoción.
¿Qué pasa? ¿Por qué no se acercan?
Vaya fastidio, es culpa de los autos estacionados fuera de sitio. Conductores
que al mirar el tumulto, por morbosos se han detenido. ¡Entrometidos! ¡Inconscientes!
Seguro que ni siquiera pertenecen al barrio. ¿Acaso no se dan
cuenta de que echan a perder nuestro accidente?
Han pasado diez minutos y por fin se logró retirar a los estorbosos
vehículos. Es fantástico, los paramédicos abren
la portezuela trasera y sacan su equipo. Camilla, maletines y varios
bultos. Es mejor que una película; se eriza el cabello.
Otra interrupción. Ahora resulta que los auxiliares médicos
no pueden pasar ni subir la escalera. Piden a gritos que la gente se
haga a un lado.
¡Bah! Pues que se quiten otros, porque si uno lo hace, quedará sin
un buen lugar para observar. Más minutos perdidos y la gente cuestiona
en su fuero interno: “Bueno, ¿no piensan moverse? ¡Qué falta
de civismo y de espíritu de cooperación!”
Al fin pasaron luego de varios golpes y hasta la caída de uno
de los socorristas, cuyo pie se atoró en el mar de entrometidas
piernas. Hay crítica. La gente está molesta porque se ha
hecho tarde y el actuar de los camilleros es muy lento. “Parecen aficionados,
han tardado una eternidad para hacerse de un espacio para poderse colar”. ¿Cómo
pretenden salvar a alguien si no actúan como en las series de
la televisión?