Tanto esperar y todo para nada. Después de quién sabe cuánto tiempo, sale la camilla con una persona recostada en ella. Está cubierta hasta el cuello y eso no deja ver qué le ha sucedido. Es una injusticia. Mucho rato en el frío y no es posible saber si hay sangre o heridas. Se supone que si se trata de una emergencia, deberían sacar a la gente destapada, así podríamos mirar a placer. Es una lástima.

Pero es más deplorable que policías y bomberos vuelvan a insistir en que los vecinos se retiren. Gritan que hay peligro: “¡Regresen a sus casas! ¡Hay una fuga de gas!” Nadie hace caso, porque es probable que pretendan engañarles. Un simple pretexto que procura alejar a la gente interesada.

Nadie se irá, al menos por el momento. Como han llegado más personas, los vecinos deben hacer algo para defender el sitio que han ganado por derecho de antigüedad. Es secundario si ahora la ambulancia no puede retirarse; es más, quizá con la tardanza hasta pueda verse algo interesante.

 

Ahora son varios los vecinos que permanecen en camas de hospital. No recuerdan claramente qué fue lo que sucedió después de que estalló el depósito del gas. Un flamazo, cristales de ventanas que saltaron convertidos en astillas, el golpe de la detonación, es lo último que se recuerda.

¿Habrá salido a tiempo la ambulancia? No hay manera de saberlo. ¿Se habrá salvado aquella persona? Quién puede saberlo, es más: a quién le importa cuando se siente tanto dolor.

Ha pasado un año del incidente y ya nadie lo tiene en mente. Ah, pero aquella familia de curiosos, los que se vistieron de prisa para asistir al espectáculo, para su mala suerte hoy han sufrido un accidente de tránsito. La escena se repite. La gente comienza a juntarse y a rodear los vehículos. Masa curiosa que quiere ver sangre. Los lastimados lloran y están asustados, mientras uno de ellos grita con furiosa impotencia: “¡Largo! ¡Fuera metiches! ¡Qué les importa!” Igual que aquellos desventurados... hace un año.

Las sirenas suenan, pero no logran acercarse. Pasan minutos que pueden ser de vida o muerte. Son tantos los curiosos que el auxilio no llega. De repente y sin aviso previo, se escucha un rechinar de llantas y el golpe seco de otra colisión. ¿Tal vez un mirón atropellado?

¿Y usted, qué hace cuando la casualidad le pone cerca de un accidente? Vale la pena recordar aquel refrán que afirma: “Mucho ayuda quien no estorba”.