Muchos padres deberíamos ponernos como semáforos en alto cuando hablamos de transmitir a nuestros hijos medidas mínimas de seguridad. Por ejemplo, al transitar por la ciudad, ¿cuántos de nosotros realmente cumplimos con las reglas? Se sabe que los niños aprenden con el ejemplo.

Algunos hemos adoptado la cómoda postura de que la educación vial se conoce con el transcurrir del tiempo, como si fuera una herencia que se transmite por los genes o tal vez por ciencia infusa, pero estamos equivocados.

Como la mayor parte de las enseñanzas a nuestros hijos, ésta se transmite a través del ejemplo, de ahí la importancia de implicarnos realmente en el conocimiento de las señales, razonarlas buscando su porqué y para qué, y estar al tanto de los cambios, ya que el propio reglamento suele modificarse de vez en cuando.

 
 

El primer objetivo de la educación vial es proteger la vida y la integridad física de las personas. Afortunadamente son muchas las cosas que podemos hacer para empezar a transmitir la cultura vial, evitando accidentes.

En muchas escuelas existen asociaciones de padres que han iniciado programas que coadyuvan a la educación vial y cada mañana hacen guardias en determinadas esquinas para que los automovilistas respeten a los niños que van a la escuela. Así, en forma ordenada, los dejan pasar y cruzar por calles que generalmente están congestionadas.

En cambio, en otras tanto los padres incumplen las reglas parándose hasta en tercera y cuarta fila y los chicos adolescentes salen a la calle sin ninguna precaución. Ambos ejemplos requieren de una reflexión de los padres sobre el ejemplo que dan y las acciones que permiten.

El reglamento de tránsito es casi desconocido para la mayoría: un buen principio es conseguirlo y leer algunas de las reglas que se considere pueden servir a los pequeños para identificarlas mientras circulan y observan a peatones, autos y camiones.

Enseñar a los niños desde que son muy pequeños a distinguir las señales de tránsito, a identificarlas, comprender su significado y sobre todo por qué deben obedecerse, puede ser incluso una actividad sencilla y lúdica, especialmente cuando los padres participan con sus niños, ya sea porque los llevan a la escuela caminando, en vehículos particulares o en transporte colectivo.

 
 

Mientras se desplazan pueden jugar a descubrir e identificar qué señales se encuentran durante la ruta, preguntar al niño en qué momento se puede cruzar y mostrarle por qué es propicio o por qué no.

Un programa de educación vial debe estar adaptado a las necesidades del lugar donde se vive y a los peligros a los que está expuesto el pequeño: no es lo mismo vivir en una gran urbe, con muchas calles de diferente flujo de tránsito; en un pueblo donde la calle principal es la carretera y los coches circulan a grandes velocidades; o en una pequeña ciudad o colonia, donde el tráfico no es tan intenso.

Aunque hay convencionalismos que se deben aceptar —por ejemplo, el color rojo indica que debemos detenernos y con el verde seguir—, hay otras señales que tienen un aspecto simbólico que el niño pequeño puede comprender e integrar a sus conocimientos: identificar la señal que indica que hay una escuela cerca o que puede haber niños jugando, son señales que el pequeño preescolar está facultado para aprender y disfrutará identificándolas cuando va por la calle.

Se puede aprovechar que muchos libros de texto incluyen temas relacionados con algunas de los señales de transito; y especialmente el funcionamiento del semáforo, las señales preventivas que avisan que hay una escuela cerca o un paso de peatones.

En muchas ciudades existen parques recreativos de educación vial, donde el niño aprende gustoso y le dejan la enseñanza de que el cumplimiento de las señales favorece la convivencia y transitar con seguridad, claro, si todos nos esforzamos en cumplir las reglas.