Es cierto, la expropiación de los dichosos carritos no tiene mayor trascendencia. No hay daño irreparable ni afectación extrema que tenga consecuencias graves. En todo caso contribuirá a establecer una cadena de pequeños despojos entre usuarios, que terminará cuando alguien resista la tentación de pasar por sobre el derecho de otra persona.

Aunque, claro, tampoco hay que descartar la posibilidad de que se genere un problema cuando el oportunista es sorprendido en flagrancia. En este caso, el resultado es impredecible, ya que puede ir desde la simple llamada de atención hasta un conflicto serio si los ánimos se caldean.

Pleito absurdo en el que parecen plenamente justificadas las frases evasivas que descalifican el enojo del afectado; o que abiertamente le retan por la osadía de reclamar respeto.

—¡Huy, qué delicado: ni que fuera para tanto!

—Pues tenga su carrito, no se vaya a morir por esa tontería

—Sí, lo tomé y qué... si no le parece pues hágale cómo quiera

—¡Qué histeria, ya cásese!

De cualquier manera debemos conceder la poca importancia que en sí tiene la acción, al menos cuando perdemos de perspectiva el principio elemental del respeto a los demás.