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Horas ante la TV

 

 

La ironía de un cuidadoso descuido

Es paradójico cómo nos preocupamos de que nuestros niños reciban sus vacunas a tiempo, no salgan solos a la calle, queden inscritos en la mejor escuela posible, cuenten con sus útiles escolares completos, estén bien alimentados, adquieran hábitos de limpieza y hasta hagan una buena selección de amistades; pero por otro lado desconocemos qué ven, por cuánto tiempo y sacrificando qué.

Sí, porque más allá de la calidad misma de los contenidos televisivos —que pueden tener un fuerte componente de violencia, promoción de estereotipos, reforzamiento de actitudes discriminatorias o simplemente ser chatarra cultural— hay efectos colaterales que no deben ser dejados de lado.

  • El tiempo de que disponemos es limitado. Si el menor ocupa buena parte de la tarde en estar sentado ante la pantalla, es claro que ello implicará no hacer otras cosas que también son indispensables para su desarrollo integral. Esto es: sociabilizarse interactuando con otras personas (amigos y familiares) y realizar actividades físicas mediante el juego o la práctica de algún deporte.
  • La inactividad conlleva también un uso menor de la energía. Cuando lo ingerido a través de los alimentos no es empleado en su totalidad, existe un excedente, mismo que será almacenado en forma de grasa. Aquí tenemos la simiente para problemas de obesidad, que a su vez pueden derivar en otras condiciones no muy adecuadas para la salud, tal es el caso de la diabetes, la hipertensión, o incluso las crisis de autoestima ante una imagen corporal que no termina de agradar.
  • Tomando en cuenta que el negocio de la televisión se sustenta en la venta de publicidad, es obvio que los anunciantes que buscan este público infantil, son los que promueven productos que ellos pueden tener a su alcance de manera relativamente sencilla. Pastelillos, botanas, bebidas, alimentos instantáneos o sitios donde se consume comida rápida. ¿El común denominador? Grasas y carbohidratos a granel. Una bomba de tiempo para la buena salud, al aparejarse con la inactividad que la televisión impone.

 

Saber para remediar

Desde luego que hay cosas por hacer, pero primero se impone conocer a qué nos estamos enfrentado. Para que la solución funcione y no sólo aparente ser una medida arbitraria e irracional, debemos tener una razonable certeza de que estamos incidiendo en el punto medular.

Como padres podemos hacer un diagnóstico preliminar si completamos el siguiente cuadro, procurando ser lo más específicos que se pueda. No para que se convierta en la “evidencia acusatoria”, sino porque nos brinda información más clara.










 

Ahí tiene usted una radiografía que sólo amerita la interpretación. Tiene los elementos como para saber objetivamente cuánto tiempo pasa su hijo frente a la pantalla de televisión. Conocerá también la calidad de los programas que mira, de acuerdo con la escala de valores que establezca usted. Se dará cuenta de lo que consume —golosinas y alimentos— en una sesión y si eso se liga con problemas de obesidad. También quedará claro si el menor está renunciando a la interacción con otros semejantes.

Con una actitud respetuosa y afectiva, hasta tendría usted un punto de encuentro más con su hijo, al hablar de lo que implica este ejercicio y las motivaciones para realizarlo.