¿Comió su pavo en Navidad o Año Nuevo? ¿Quedó cumplida la tradición? ¿Lo disfrutó o sólo fue mero trámite festivo?

Es curioso. Una enorme cantidad de personas acostumbra cenar con pavo durante las fiestas de diciembre, y eso haría suponer que se trata del más exquisito de los platillos. Sin embargo, muchos de nosotros no volvemos a comerlo durante los once y medio meses siguientes y esto sí que es realmente sospechoso.

¿Sabía que el 95% de todos los pavos que se consumen en el país, llegan a la mesa en la semana que va del 24 al 31 de diciembre? Por lógica, el 5 % restante —muy poco, por cierto— se come durante las 51 semanas que completan un año.

 

La familia Fernández es una de tantas en las que el desplumado animal, debidamente horneado, se convierte en el platillo principal de la cena de Navidad. Nadie de ellos se atreve a decirlo, pero todos preferirían que el menú incluyera otra variante: romeritos, pierna adobada, costillas con puré de papas, un mole, bacalao e incluso un filete de res.

El detalle es que al señor Fernández le entregan en su trabajo un enorme y vistoso pavo congelado cada año. Política de la empresa, dicen. Aunque también sería conveniente acotar que los dos o tres años en que eso no ha ocurrido, porque el pechugón ejemplar fue sustituido por vales de despensa, la familia terminó de todas maneras comprando un pavo en el supermercado.

Las dificultades comienzan con la entrega. Como habrá de suponer, si la gente no consume cantidades significativas de esta especie durante el año, para las granjas es necesario irlos produciendo, sacrificando y congelando a la espera de que llegue el gran día de la comilona guajolotera.

 

Así, pues, la familia recibe la caja que contiene el carámbano aviar con varios días de anticipación. Tremendo conflicto, ya que no cualquiera tiene un congelador de tamaño suficiente como para acomodar eso que, en el momento, adquiere las dimensiones de un pterodáctilo de la prehistoria. En algún año los Fernández lo han encargado a los abuelos, quienes poseen un refrigerador enorme. Otras ocasiones lo han colocado en su propio aparato enfriador, haciéndolo funcionar a la máxima potencia para retardar el proceso de descongelación. Y también ha habido años en los que simplemente se han jugado la vida —faltando menos días para la fiesta— al esperar que el derretido del hielo sea lo suficientemente lento como para que inicie la descomposición antes del gran día.

Los programas de la televisión, las tarjetas de felicitación y los anuncios promocionales presentan siempre un pavo horneado con la punta de sus patas adornadas con moños. Así, pues, la supuesta tradición indica que el guajolote modernizado con una doble pechuga1, tendrá que ser guisado de la misma manera, con resultados anualmente parecidos. Carne dura, seca y, a veces, hasta desabrida.

En la familia se ha intentado todo para resolver el pequeño detalle, pero dando prioridad a la presentación un tanto ortodoxa de la tradición. Inyecciones de vino en los músculos, marinado en salmuera, piquetes por todos lados y barniz de mantequilla.

Y sí, a veces mejora mucho el sabor, pero la carne se mantiene obstinadamente seca.

Vaya desperdicio: con lo bien que el cócono se lleva con el mole, un pepián o algún otro adobo. Esa sí, auténtica tradición probada por los años, pero que no recibe los beneficios de la publicidad.

 

1 Sigue siendo una sola, pero se ha logrado un gran desarrollo de la misma, por eso el decir que son de doble pechuga.