Quizá alguien te diga que su costo es elevado y, por ello, se
trata de un producto que difícilmente se consumiría en
una ocasión no festiva.
Pues no. Tiempo atrás sí era caro, pero eso se debía
a que el tiempo de engorda era muy prolongado (entre seis y ocho meses,
cuando ahora requiere de cuatro o cinco) y, además, cada guajolote
debía comer mucho alimento para llegar a su peso ideal (cerca
de 10 kilogramos). Hoy no es así, gracias a las razas seleccionadas
y los alimentos balanceados, de tal suerte que su valor es apenas superior
al del pollo y muy parecido al de la carne de res o cerdo.
De acuerdo, algo tiene que ver. Baste recordar que el guajolote,
cócono, pípila o pavo, es nativo de América
y era ya consumido por los habitantes originarios del continente,
aún
antes de que los europeos siquiera imaginaran la existencia del “otro
mundo”.
Ah, pero la costumbre consistía en preparar a este gigantón
en cualquier festividad y no precisamente en Navidad. Eso sin tomar en
cuenta que se cocinaba en caldo y con adobos, de los cuales el más
popular ahora, es el mole.
Esto de hornear los pavos quizá tenga más que ver con
una festividad norteamericana, el Día de Acción de Gracias,
pero ella se celebra el cuarto jueves del mes de noviembre. Aunque, claro,
ya encarrerados en este asunto, podría ser que los guajolotes
sobrantes vieran su triste fin al concluir el año.