Texto: Ramón Cordero G.
Diseño gráfico: Sergio Ricaño

¿Por qué será que ninguna llave de agua tiene instructivo? Bueno, quizá venga incluido en el empaque cuando se compra un grifo, pero a lo mejor sólo al plomero le toca leerlo. ¿Basta con girar? Así de sencillo parece, pero hasta eso requiere de un poco de ciencia.

La pequeña historia de las gotas persistentes

El papá se desespera por ese goteo nocturno que es capaz de provocar insomnio. Plunk, plunk, plunk, y así hasta la desesperación. El piso de la regadera parece imposibilitado para terminar de secarse, siempre la gota traicionera.

            El regaño inútil:

            —¡Aprieten bien esas llaves!

            Casi remedo del legendario tormento chino en que una gota continua podía perforar un cráneo. Dolor de cabeza, pero no por efecto de ensañada tortura, sino porque con los minutos, días y años, ocasiona el desperdicio del agua.

            Lo peor es que girar las llaves con toda la fuerza sólo empeora el problema.

El por qué de la fuga

Los grifos y válvulas se han diseñado para sellar el paso del líquido. Sin embargo, su estructura por lo general está hecha con piezas metálicas y, las más económicas, de plásticos rígidos.

            Con estos materiales el cierre completo sería prácticamente imposible, a menos, claro, que cada elemento hubiera sido sometido a un pulimento extraordinario. Se usa, es verdad, pero más bien en instalaciones para gas o de laboratorio.

            En los equipos usados para instalaciones domésticas, ese cierre absoluto se logra con la ayuda de pequeños aditamentos, los empaques de hule (aunque se han usado también otros materiales).

            A la pieza central, que es la movible —donde en uno de sus extremos se ubica la manija— se le llama árbol. Dicho artilugio tiene al final una goma, el empaque, que con la presión de cierre queda embutida en el conducto del que sale el agua.

            Los empaques sufren cambios en sus características físicas. El calor, los detergentes y líquidos corrosivos terminan por quitarle elasticidad. Cuando esto sucede se agrietan, rompen o tornan rígidos. Con esto queda libre el paso para pequeñas cantidades de agua que sale gota a gota.

Cerrar a muerte

La mayor parte de las personas tenemos una pésima costumbre: girar la manija hasta el tope, como si con ello pudiésemos evitar la caída constante. Error garrafal que empeora las cosas, porque si el empaque ya no sirve, con cada vuelta estaremos dañándolo un poco más. Aquí es donde entran ciencia y paciencia.

            Una válvula nueva o recién reparada sólo debe apretarse hasta que ofrece una pequeña resistencia. "Al toque" dirán los sapientes plomeros. No hace falta más porque, gracias a la flexibilidad del hule, es más cuestión de maña que de fuerza. Por otro lado, con un trato suave el empaque suele durar por varios años en buenas condiciones.

            ¿Por qué apretamos tanto entonces? ¡Por impacientes! Miramos que un chorrito sigue saliendo y optamos por aplicar presión. Lo que ocurre es que, desde el punto donde se encuentra el empaque y siguiendo todo el recorrido de los tubos, hay agua que debe terminar de salir o al menos encontrar equilibrio. Eso sucede después de algunos segundos.