Las criaturas crecen y las dinámicas cambian

Luego de tres años las rabietas infantiles seguían ahí, pero la manera de afrontarlas había variado. Ahora la abuela se permitía supuestas estrategias que, de acuerdo con lo que ella misma aprendió en su infancia, daban resultados. Nuevas lides en las que ella podía recurrir al intimidatorio grito o a las tradicionales amenazas:

—Calladito porque ahí viene el Hombre del costal, y ése se lleva a los niños llorones.

—Mira al policía. Le voy a decir que no me obedeces.

—Si me enfermo va a ser por tu culpa.

—Te voy a acusar con tus papás y vas a ver cómo te irá.

Lo que podemos evaluar

Para bien o para mal, no existen fórmulas infalibles con las cuales tomar decisiones acerca de quién nos ayudará en la crianza de los hijos. Tan arbitrario y carente de fundamentos sería afirmar que la guardería constituye la mejor opción, como pretender asegurar que lo adecuado consiste en solicitar la ayuda de un pariente.

De lo que sí podemos tener la certeza, es que para cada caso individual hay argumentos a favor y en contra. Tenerlos en mente y ponderarlos es quizá lo que más conviene. Si usted se encuentra en el trance, le sugerimos algunas reflexiones que vale la pena considerar:

El cariño de los familiares es invaluable y, por tanto, un punto a favor. Sin embargo, en las guarderías —gracias a la convivencia— también se construyen vínculos afectivos: ni mejores ni peores, sólo distintos.

Amor y capacidad son variables independientes. La abuela o la hermana —aunque suene poco considerado— no son por fuerza las personas más adecuadas. No se pone en duda su capacidad de brindar cariño o buenas intenciones: de lo que estamos hablando es de la aptitud que tengan para desempeñar la difícil tarea.

El personal de una guardería, al menos en teoría, se ha preparado para hacer del cuidado de las criaturas una profesión. Tenemos una experiencia de cuando fuimos pequeños, sabemos cómo nos educaron (mamá, papá, la tía o alguna hermana mayor). Se puede confrontar eso con lo que deseamos para los hijos. Podemos reconocer el esfuerzo que hicieron nuestros familiares por educarnos, pero resultaría poco realista decir que ahora todo parece que fue adecuado. Cualquiera es capaz de mencionar varias cosas que cambiaría.

Si en un balance pesa más lo positivo que lo negativo, ahí tenemos un elemento de refuerzo para aceptar la ayuda. Cuando tal recuento es negativo, para qué correr el riesgo: no hay razones para suponer que la concepción educativa de esa persona (o personas) haya cambiado sustancialmente.

Hay un ejercicio muy útil por realizar. Si ya tenemos en mente alguna guardería (esto opera también para el preescolar, la escuela primaria o la secundaria), conviene conocer la opinión de gente que ha tenido sus hijos ahí. Cierto: cada quién habla de “cómo le fue en la feria” y es algo subjetivo, pero si las percepciones concuerdan, podemos pensar que tienen sustento. Esto, posiblemente, ayude a tomar con acierto la decisión final.

 

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