Este punto es quizá el que debe encender los focos rojos de alerta.
Supongamos que tenemos el hábito de depurar periódicamente
el cajón, el estante o el botiquín que empleamos para guardar
los medicamentos. ¿Cómo debemos proceder cuando identificamos
que una muestra ya caducó?
Para
la mayoría de nosotros no representa conflicto alguno, simplemente
arrojamos el sobrante al depósito de basura sin pensar en el destino
que tendrá y las consecuencias eventuales.
En
los centros de acopio para los desechos hay personas que se dedican a
la pepena especializada para la recolección de material reutilizable
que tiene un valor económico. Algunos seleccionan vidrio y cristal,
otros buscan partes metálicas, hay quien trabaja el cloruro de
polivinilo (envases desechables de PVC) y así por el estilo.
Si
estamos al tanto de que existe toda una estructura económica subterránea
que obtiene ganancias a partir de la basura, por qué no pensar
que también los medicamentos —aunque ya no sirvan— puedan
entrar a esta cadena de comercialización. Bastaría con
visitar algunos tianguis para constatar que ahí se encuentran
en venta, a granel, comprimidos de ácido acetilsalicílico
o paracetamol (ingredientes ambos de los más comunes antigripales
y analgésicos). Por supuesto, sin garantía de que aún
mantengan su vigencia.
Supongamos
que esas medicinas desechadas no entran a ese mercado y, en compañía
de la materia orgánica que cotidianamente se acumula en los hogares,
llegará a los tiraderos a cielo abierto o a los rellenos sanitarios
en los que se dispone de la
basura. La pregunta es: ¿qué sucederá cuando,
por efecto de la compactación mecánica o la descomposición
misma, los químicos terapéuticos se mezclen con el resto
de los materiales?