Texto: Ramón Cordero G.
Diseño gráfico: Nora Espino

 

 

Al igual que los alimentos industrializados, las medicinas cuentan con una fecha de caducidad que, después de rebasarla, se recomienda el desecho y la suspensión del consumo.

            La vida útil de esos productos es establecida con base en pruebas que permiten a la industria determinar por cuánto tiempo y en condiciones normales (o específicas cuando, por ejemplo, requieren refrigeración), el producto sigue garantizando las mejores condiciones de calidad y no hay riesgo de que el consumidor sufra algún daño en su salud.

 

 

Cuando no hacemos caso a la fecha

Al referirnos específicamente a las medicinas, muchos de nosotros solemos guardar los sobrantes de algún tratamiento o mantenemos en reserva algunas dosis para males menores (como el dolor de cabeza y los resfriados). Cajas y frascos que duermen el sueño de los justos en espera de ese momento en que serán nuevamente útiles.

      El punto es que aunque algunos suelen ser bastante duraderos, ninguno de ellos es eterno. Si observamos con detenimiento las etiquetas, encontraremos impresa la leyenda que avisa cuándo ese medicamento ya no debe ser usado.

      Cuando no revisamos el dato corremos el riesgo de que nuestra dotación doméstica esté fuera de la norma, y nada impide que en la farmacia nos suministren un paquete que por cualquier razón haya quedado rezagado en los estantes.

            En el mejor de los casos, un producto terapéutico ya caduco no tendrá efecto alguno para reestablecer la salud. Ojalá y así fuera siempre. Desafortunadamente también se corre el riesgo de que la sustancia activa haya modificado su composición —por desnaturalización, oxidación o cualquier otro proceso— y entonces hay el peligro latente de que provoque daños colaterales que se añaden al mal original que motivó el uso.

 

La falta de información más visible y clara

Cierto: a muchos de nosotros nos hacen falta hábitos más estrictos de comprobación, pero también hay un compromiso por parte de los laboratorios farmacéuticos.

            Tome de nuevo el frasco o la caja y note la diferencia de tamaño que hay entre la indicación de caducidad y el nombre del fármaco; [Ligar a “El complicado nombre de las medicinas”] no hay comparación. Es comprensible que las empresas estén más interesadas en la identificación de su producto; pero, si el objetivo es el reestablecimiento de la salud, es igualmente importante advertir al cliente cuándo una medicina deja de garantizar resultados positivos. Es cierto: al usuario corresponde la responsabilidad de supervisar qué ingerirá, pero la ayuda de la otra aparte no está de más.

            Otro detalle se relaciona con el sitio en que aparece la fecha. Por lo general impresa o simplemente troquelada en el exterior, pero no en las dosis individuales cuando se trata de grageas o cápsulas. Así, si el empaque se deterioró por el uso o quedó extraviado, el paciente no tendrá oportunidad de comprobar que se está dentro del plazo seguro.

 

¿Qué hacemos con las medicinas viejas o inútiles?

Este punto es quizá el que debe encender los focos rojos de alerta. Supongamos que tenemos el hábito de depurar periódicamente el cajón, el estante o el botiquín que empleamos para guardar los medicamentos. ¿Cómo debemos proceder cuando identificamos que una muestra ya caducó?

      Para la mayoría de nosotros no representa conflicto alguno, simplemente arrojamos el sobrante al depósito de basura sin pensar en el destino que tendrá y las consecuencias eventuales.

      En los centros de acopio para los desechos hay personas que se dedican a la pepena especializada para la recolección de material reutilizable que tiene un valor económico. Algunos seleccionan vidrio y cristal, otros buscan partes metálicas, hay quien trabaja el cloruro de polivinilo (envases desechables de PVC) y así por el estilo.

      Si estamos al tanto de que existe toda una estructura económica subterránea que obtiene ganancias a partir de la basura, por qué no pensar que también los medicamentos —aunque ya no sirvan— puedan entrar a esta cadena de comercialización. Bastaría con visitar algunos tianguis para constatar que ahí se encuentran en venta, a granel, comprimidos de ácido acetilsalicílico o paracetamol (ingredientes ambos de los más comunes antigripales y analgésicos). Por supuesto, sin garantía de que aún mantengan su vigencia.

      Supongamos que esas medicinas desechadas no entran a ese mercado y, en compañía de la materia orgánica que cotidianamente se acumula en los hogares, llegará a los tiraderos a cielo abierto o a los rellenos sanitarios en los que se dispone de la basura. La pregunta es: ¿qué sucederá cuando, por efecto de la compactación mecánica o la descomposición misma, los químicos terapéuticos se mezclen con el resto de los materiales?