Autor:
Ramón Cordero G.
Diseño: Jani Rivera

Chapas averiadas, lámparas viejas, relojes descompuestos, aparatos de radio que ya no suenan, juguetes y electrodomésticos que dejaron de funcionar, con frecuencia tienen dos destinos posibles en el futuro.

            Uno de ellos consiste en su arrumbamiento en algún rincón del patio, el fondo del closet o las cajas nunca abiertas que se apilan en el garaje. Objetos que ni siquiera vale la pena intentar reparar, pero que no se tiran porque a decir del que guarda, nunca se sabe si llegarán a ser de utilidad. Lo cual, por cierto, casi nunca sucede. Otra de las opciones es el rápido camino al bote de la basura, que al menos tiene la ventaja de no acumular desechos.

            Hay, sin embargo, una alternativa más; pero desafortunadamente poco explorada en las familias. Emplear el material sin más propósito que entender cómo funciona y, eventualmente, aprender a reparar.

 

Material didáctico poco convencional

Así es: basura que puede convertirse en elemento de aprendizaje, motivador de la curiosidad y que, por su naturaleza de desecho, poco importa si termina en peores condiciones de las que tenía al iniciar su aprovechamiento.

            Es verdad: no cuentan con instructivos o diagramas que orienten la investigación de sus características o cualidades, pero en cambio brindan la oportunidad de experimentar, comprobar hipótesis sencillas y comprender la lógica sistémica que por fuerza tienen estos objetos y aparatos que han caído en el desuso.

            Si usted es de aquellas personas a las que se les dificulta el reemplazo de un simple foco o bombilla, sería un acto de inhumanidad pedirle la sustitución de una clavija o el cambio de un apagador.

            ¿Por qué ocurre esto?

            Las explicaciones pueden ser muchas. Quizá no tuvo nunca necesidad de poner manos a la obra y en su casa había quien se hiciera cargo de este tipo de reparaciones. A lo mejor le asalta el temor de sufrir algún accidente como las descargas eléctricas o los machucones. Qué tal si sus experiencias previas fuesen tan limitadas, que sus conocimientos resultan insuficientes para la empresa. Algunas personas temen que si echan mano al destornillador o las pinzas, terminarán por destrozar el equipo para reparar.

 

La práctica hace al maestro (o a la maestra)

Seguro usted conoce a alguien que tiene mucha destreza en eso de los alambres, fierros, tornillos, cables y conexiones. Personas que no necesariamente estudiaron para ello, pero desarrollaron su habilidad de manera empírica. Anímese y pregunte cómo se dio ese proceso.

            Independientemente de las anécdotas individuales, verá que todas ellas tienen un común denominador: la experimentación unida a la reflexión.

            Habrá historias de fusibles quemados, licuadoras a las que sobraron engranes en el momento de volver a armar y aparatos que servían, pero que después de ser explorados terminaron por convertirse en material de relleno para el bote de la basura. No obstante, también se percatará de los testimonios que dan cuenta de pequeños logros iniciales y el desarrollo de una capacidad como para emprender empresas de mayor complejidad.

            Correcto, esas personas que no han tenido necesidad de solicitar los servicios de un plomero, electricista o mecánico en muchos años.