Texto: Ramón Cordero G.
           Catedrático U. A. Chapingo
Diseño gráfico: Catherine Zúñiga Andrew

Los que vivimos en las ciudades y especialmente en colonias o barrios donde el suministro de agua es constante, hemos aprendido a desperdiciarla de la manera más absurda. Ni siquiera nos pasa por la mente la posibilidad de que, un día cualquiera, al girar la llave no caiga una sola gota.

   Qué distinto sería si —al igual que sucede en muchísimas comunidades— tuviéramos que cargar un par de botes atados a los extremos de un palo y caminar varios cientos de metros (o hasta kilómetros) para llenarlos y luego andar de regreso hasta la casa con cuarenta o más kilogramos de peso sobre los hombros. Ya veríamos si estábamos dispuestos a desperdiciar siquiera un vaso. Algo similar ocurriría si dependiéramos del suministro de una pipa que llena uno o dos tambos de 200 litros cada semana.

El ejemplo es real y tuvo lugar en una unidad habitacional con veintidós viviendas. Ahí cada uno de los tres edificios está equipado con tinacos en las azoteas, pero el acopio de agua se hace en una cisterna que únicamente tiene capacidad para 2 mil 200 litros; eso obliga a que la bomba mande el agua hacia los recipientes superiores varias veces al día.

   Pues bien: resulta que un día llegó el aviso de que la red de agua potable estaba dañada y que sería necesario hacer la sustitución de tubos que transportaban el líquido a todo el barrio. Vaya panorama: carecerían del servicio por lo menos durante veinticuatro horas.

   Los vecinos tuvieron la precaución de revisar qué nivel de almacenamiento tenía la cisterna, con el fin de decidir qué harían colectivamente para procurar que hubiera agua para lo más indispensable (el servicio sanitario, la preparación de alimentos y para beber).

   Lo que determinaron fue:

  • No bañarse mientras se reanudaba el suministro
  • No lavar ropa, y menos en lavadora
  • Evitar vaciar el excusado si no era estrictamente necesario
  • No lavar autos o usar agua para la limpieza doméstica de pisos

   Lo real es que casi nadie atendió el plan, a pesar de que entre todos lo habían acordado por unanimidad; y antes de las diez de la mañana no quedó ni una gota disponible en toda la unidad. Fue como si la recomendación de ahorro hubiese operado como una invitación: ¡úsala lo más posible antes de que se la acaben los demás!