Texto:Ramón Cordero G.
Catedrático U. A. Chapingo
Diseño Sergio Ricaño

Los plásticos derivados del petróleo hicieron su aparición triunfal en la industria durante la segunda mitad del siglo XX. Mediante las aplicaciones de la petroquímica, fue posible contar con abundantes materiales para todo uso: bolsas de supermercado, envases desechables, partes automotrices, empaques, fibras textiles, etcétera. Bastaría con dar un vistazo a nuestro alrededor para notar cómo, de manera creciente, están presentes en la vida cotidiana.

Plásticos que por ligeros, resistentes, duraderos, maleables y sobre todo económicos, son preferidos por la industria para sustituir, cuando es posible, el vidrio, el concreto, el algodón o la madera. El problema es que luego de cumplir con su función inmediata, terminan convirtiéndose en basura que resistirá la prueba del tiempo y soportará con bastante éxito los procesos naturales que se encargan de la desintegración y reincorporación al ambiente de otras sustancias.

El resultado preocupante —desafortunadamente no para muchos— es que una muy grande cantidad de estos desechos terminan en los mares y, ahí, constituyendo auténticos basureros, forman una “sopa” plástica” que se acumula día con día, amenazando a la vida marina y al resto del planeta.

 

Una botella al mar

¿Qué sucede cuando un envase de PVC (cloruro de polivinilo) no es depositado en el bote de basura? Es evidente que, de antemano, ya está destinado a no participar en un proceso de reciclaje, considerando que ni siquiera toda la basura captada por los servicios de recolección está sujeta a procesos de transformación para atenuar el impacto contaminante.

El azar se hará cargo de arrastrar mediante el viento o los flujos de agua y, cumpliendo con la ley de gravedad, probablemente termine llegando al mar. Por su ligereza, el objeto permanecerá flotando y seguirá viajando a merced de las corrientes marinas.

            Ya los antiguos navegantes habían identificado que en los océanos convergen algunas de estas corrientes, mismas que al encontrarse provocan la formación de una suerte de remolino que gira a baja velocidad, pero con suficiente fuerza de retención para impedir la dispersión de lo que ahí flota. Ésa es la razón por la que la basura pocas veces regresa a las playas de las que provino.

Ahora bien: por efecto del agua salada, la fricción y los rayos solares, el plástico es fragmentado pero no degradado químicamente. Dicho de otra manera: la basura sigue ahí pero, tras largos años de estar sometida a factores físicos, se divide en pedazos tan pequeños como granos de arena.

Por supuesto que hay piezas más resistentes que requerirían de varios siglos para completar este proceso de ruptura. De toda la basura atrapada en los “remolinos”, 2/3 partes formarán parte del fondo marino contaminando y provocando daño a las comunidades de seres vivos que ahí habitan. La tercera parte restante permanece flotando por tiempo indefinido, pero aumentando su densidad con cada nueva descarga de desechos realizada desde tierra. Se calcula que anualmente llegan a los océanos unos 10 millones de toneladas de basura, materia prima suficiente para “preparar” grandes volúmenes de sopa de desechos plásticos(1).

(1)Fuente: Nuestro Clima, en:
http://news.soliclima.com/?seccio=noticies&accio=veure&id=2345 (consultada en julio de 2008).