Para
bien o para mal, los conflictos son cosa cotidiana en la vida de todas
las sociedades. Tan es así, que algunos estudiosos de la vida social
han dicho que el conflicto es una más de las formas de convivencia que
existen entre los seres humanos. Está difícil, ¿no crees?
Pues
bien, en honor a la verdad, debemos señalar que las sociedades democráticas
no están exentas de esta realidad. De hecho, es en ellas donde más riesgo
existe de que se susciten conflictos de toda naturaleza. ¿Y sabes por
qué? Por la libertad de que disponemos los individuos para expresar
nuestras ideas, gustos, actos y preferencias.
Esta
condición hace posible que exista una enorme diversidad de formas de
vida, muchas veces opuestas y hasta bronqueadas entre sí.
Tal
situación requiere del compromiso y participación de todos los miembros
de una sociedad, para aceptar valores y actitudes que admitan el principio
de no-agresión contra nuestros semejantes, a causa de las diferencias
que podamos tener.
La
tolerancia, como valor para la vida democrática, promueve que reconozcamos
el derecho de los otros -de nuestros familiares, vecinos, amigos, conocidos
o desconocidos- a ser diferentes y a mantener sus diferencias en relación
con las preferencias que tengamos nosotros. Lo cual no está fácil, pues
significa que muchas veces debemos de aceptar y compartir costumbres,
gustos, actitudes e ideas que no van con nosotros.
Pero
no te espantes, que nadie te está pidiendo nada que no puedas dar. Pues
el ser tolerante no significa que debamos renunciar a nuestros intereses
por ser buena onda con los demás. Nada de eso.
Sólo
se busca fortalecer el reconocimiento de los principios de libertad
e igualdad y ponerlos en práctica en la vida cotidiana para construir
-aquí sí entre todos-, un clima de civilidad y convivencia respetuosa.
Que admita el derecho que tenemos todas las personas a ser diferentes
y la posibilidad de compartir juntos el espacio que ocupa nuestra sociedad,
evitando los conflictos que alteran la paz y limitan la libertad de
todos. ¿Cómo ves?