Ya
hemos dicho que en una sociedad democrática todos los individuos tenemos
derecho a ejercer nuestra libertad. Lo cual significa que estamos en
posibilidad de participar -en condiciones de igualdad- en los asuntos
que sean de nuestro interés personal o colectivo. Ya sea dentro de nuestra
familia, en la escuela, con los "cuates" o en nuestra comunidad.
La
participación de la población en general y de los ciudadanos -personas
mayores de 18 años y que tienen un modo honesto de vivir- en los asuntos
de interés colectivo, son una pieza clave para el funcionamiento de
una sociedad democrática; pues aumenta la posibilidad de solucionar
los problemas que nos aquejan a todos.
Sin
embargo, la participación de las personas en los distintos ámbitos de
vida social suele provocar conflictos; ya sea a causa del choque de
ideas o intereses.
Como
el caso que te acabamos de presentar. Lo cual no debe de espantarnos
ni desmotivar nuestro deseo de participar en las cosas que nos interesen.
Sobre todo si tomamos en cuenta que, una condición inevitable de la
vida en sociedad, es la existencia de personas con ideas, gustos e intereses
distintos a los nuestros.
Una
forma de hacer más efectiva nuestra participación en la vida social,
es a través de la comunicación y el diálogo directo con las personas
que nos rodean.
Esto,
con la finalidad de conocer los intereses, ideas y necesidades que cada
uno tenemos; y para encontrar solución a los desacuerdos que podamos
tener.
Pero
ojo, no vayas a creer que te estamos recomendando ceder en la firmeza
de tus ideas. Nada de eso. Sólo intentamos definir las reglas del juego
democrático; que no excluyen la competencia, el choque de ideas e intereses.
Uno
de los límites que establece esta forma de vida y gobierno, es evitar
la descalificación de los que piensan o actúan de forma diferente a
nosotros. A este principio se le conoce como tolerancia, implica el
reconocimiento a la libertad e igualdad de los otros y su derecho
a de ser diferentes. De ello hablaremos en otra ocasión.