El asunto es que no entendemos que la sexualidad es no mucho más que la mera genitalidad. El desempeño durante el coito quizá sea severamente limitado por la edad, así como por las disfunciones y los deterioros que le son propios.

Siendo congruentes, habría que reconocer el placer de un cortejo, el erotismo que hay en el contacto de una piel ajena que nos hace sentir la propia, el gusto de sumergirse en la mirada de alguien más. Esto es también sexualidad.

Y, sin embargo, es inobjetable la disociación que existe entre una mente que se conserva activa y fecunda, pero prisionera de un cuerpo que ya no es el de décadas atrás.

Trance complicado para la gente mayor. Labor de titanes encontrar un camino que los demás, por simple razón de edad, no han transitado. Empresa que la mayoría de nuestros ancianos tendrán que acometer en solitario. Más allá de terapias de reemplazo hormonal, bombas, lubricantes vaginales y medicamentos que, de manera real o ficticia, prometen un pasajero retorno a la plenitud física de la juventud, tal vez sea ya momento de reivindicar y respetar una sexualidad que ahí está: que existe.

No es obligatorio ejercerla ni existe la prescripción de lo que es “correcto”, “normal” o “conveniente”.


De la misma manera en que jóvenes y adultos de mediana edad exigimos respeto a nuestra intimidad y al ejercicio de nuestra sexualidad, así deberíamos con igual énfasis y determinación hacer lo propio con la tercera edad. Por conveniencia tal vez, por elemental sentido de anticipación, ya que si las estadísticas demográficas mantienen sus actuales tendencias, la mayoría de nosotros —más tarde o más temprano— enfrentaremos la misma realidad.

P
Por lo menos para pensar en torno a esto podríamos leer lo escrito por Elías Nandino a los 82 año, sin duda desgarrado internamente por no haber encontrado otro cauce a su sexualidad que el establecido como un estándar de juventud.

Y VIVO Y ME DESVIVO*

Longevidad maldita:
¿por qué si soy ceniza
mi cerebro está en brama
y su lujuria cunde
hasta las marchitas zonas
de mi carne aniquilada?

Longevidad maldita:
llamarada helada,
tantálico averno
de concupiscencia rezagada.

Toda belleza humana
aún me despierta la esperanza
de gozarla,
y vivo y me desvivo
eyaculando
sólo orgasmos de lágrimas.

 
Diseño gráfico: Nora A. Espino
* en Nandino Elias. Erotismo al rojo blanco.
Guadalajara, Editorial Ágata, 1990.
       

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