Texto:
Diseño gráfico: Nora Espino
Estaba el coche de Vera, y ninguno más, y
Burt dio gracias por ello. Entró por el camino de acceso y se
detuvo junto a la tarta que se le había caído la noche
anterior. Seguía
ahí: el recipiente de aluminio volcado, el halo de relleno de
calabaza sobre el pavimento. Era el día siguiente a Navidad.
Había ido el día de Navidad a ver a su mujer y
a sus hijos. Vera le había advertido de antemano. Le había
hablado con claridad. Le había dicho que tenía que marcharse
antes de las seis, porque su amigo iba a venir con sus hijos a cenar.
Se habían sentado en la sala y abrían solemnemente
los regalos que Burt les había traído. Destaparon los paquetes;
otros paquetes, los que desatarían luego, después de las
seis, descansaban con sus alegres envoltorios bajo el árbol.
Miró cómo los chicos abrían sus regalos,
aguardó a
que Vera soltara la cinta del suyo. Vio cómo quitaba el papel,
levantaba la tapa, sacaba el suéter de cachemir.
—Es muy bonito —dijo Vera—. Gracias, Burt.
—Pruébatelo —la instó su hija.
—Póntelo —insistió su hijo.
Burt miró a su hijo, agradecido por su apoyo.
Vera se lo probó. Entró en su dormitorio y salió con
el suéter puesto.
—Es bonito —declaró.
—Es bonito en ti —puntualizó Burt;
sintió que
el pecho se le henchía.
Abrió sus regalos. El de Vera, un bono de compra
de la boutique masculina
Sondheim's. El de su hija, un peine y un cepillo
a juego. El de su hijo, un bolígrafo.