Burt dijo:

Vera respondió:

  Ella permaneció de pie en el umbral, y él en el patio, junto al filodendro. Se quitó una hilacha de la manga.

   Ella prosiguió:



  El pidió:

  Vera se ciñó el cuello del albornoz y se retiró hacia el interior.
Le advirtió:

  Burt miró a su alrededor. El árbol, lleno de luces, parpadeaba. En un extremo del sofá había un montón de papeles de seda de colores y unas cuantas cajas relucientes. En el centro de la mesa del comedor quedaba una fuente con el caparazón de un pavo; los correosos restos descansaban sobre un lecho de perejil como sobre un horrible nido. Un cono de cenizas colmaba la chimenea. También podían verse dentro de ella unas cuantas latas vacías de cola Shasta. Una mancha de hollín ascendía por los ladrillos hasta la repisa de la chimenea; la madera que coronaba los ladrillos aparecía chamuscada.

  Burt se volvió y fue a la cocina.
  Preguntó:


—le cortó Vera.

  Burt sacó una silla y se sentó a la mesa de la cocina, frente al cenicero grande. Cerró los ojos, luego los abrió. Apartó la cortina y miró el patio. Vio una bicicleta, sin la rueda delantera, colocada del revés en el suelo. Vio la maleza que crecía a lo largo de la valla de madera de secoya.
Vera echó agua en un cazo.



  El piloto indicador había vuelto a apagarse. Vera intentaba encender el gas para calentar el agua.

—advirtió él—.

  Imaginó que se le prendía la ropa: él saltaba de la mesa, tiraba a Vera al suelo y la hacía rodar y rodar hasta la sala, donde la cubría con su cuerpo. ¿O debía correr al dormitorio en busca de una manta?

Vera le miró.



 —


Sacó el vodka y se sirvió en una taza que encontró en el tablero

Ella preguntó:

—Y le azuzó—:


Ella repuso:

Él cambió de tema:

Vera abrió el frigorífico y revolvió en su interior.





   Burt se tomó la taza de vodka con zumo. Encendió un cigarrillo y echó la cerilla al cenicero grande que siempre dejaban sobre la mesa de la cocina. Estudió las colillas. Algunas eran de los cigarrillos de Vera, otras no. Había incluso algunas de color de lavanda. Se levantó y tiró el contenido a la basura, debajo del fregadero.

  El cenicero no era en realidad un cenicero. Era un gran plato de gres que le habían comprado a un alfarero barbudo en los puestos del paseo de Santa Clara. Lo lavó con agua y lo secó. Lo volvió a poner sobre la mesa. Deshizo el cigarrillo dentro de él.

 


siguiente