La nueva evidencia científica demuestra que la leche materna
está estrechamente ligada con la salud de los bebés y de
los niños pequeños.
El daño causado por el abandono o sustitución de la alimentación
al pecho, se ha tratado de revertir mediante campañas informativas
desde la década de los años ochenta; pero sus resultados
son todavía pobres.
Hay que recordar que en estos años se ha fortalecido una tendencia
socioeconómica en la que cada vez más mujeres se van incorporado
al mercado de trabajo. Así el cumplimiento de un horario laboral,
sumado a un periodo de incapacidad más o menos corto después
del parto, obliga a muchas madres a recurrir a las fórmulas para
bebés o incluso a sustituir la leche materna por leche de vaca.
Persiste la idea en muchos sectores de que la incorporación rápida
de otros alimentos a la dieta del recién nacido es indispensable.
Un poco es pensar que los niños “aprendan a comer sólido” lo
antes posible, para tener un mejor crecimiento. En los hospitales del
sector salud es ya una práctica cotidiana el permitir que la madre
esté con su bebé y lo amamante. De hecho también
se dejó de proporcionar gratuitamente la leche de fórmula
que podría desalentar la alimentación al pecho.
Sin embargo, todavía hay hospitales particulares y clínicas
en donde la mamá y el recién nacido se mantienen separados
la mayor parte del tiempo durante los primeros días y, aunque
se permite la alimentación con leche materna, a la menor dificultad
se recurre al biberón. Baste recordar que el impulso hormonal
para mantener una lactancia, justamente se ve reforzado por el amamantamiento
mismo. Si no se da el pecho, disminuye la producción de leche.
Algunas mujeres se alarman por esa disminución y echan mano de
las leches maternizadas. Esto último completa el círculo:
no amamantamiento = disminución de la producción de leche
= alarma = sustitución por leche que no es la de mamá =
abandono del intento de alimentar de manera natural.