¿Por qué será que al día siguiente
del banquete, la comida sabe mucho mejor que cuando fue servida por
primera vez?
Es
extraño porque, al pensar en agasajar a los invitados, quien
cocina pone su mayor empeño en combinar los sabores y dar la
mejor presentación a los platillos. A pesar de ello, el mejor gusto
se obtendrá en los días siguientes.
Si se trata de un bacalao, hay cuidado en que no quede seco o contenga
demasiado caldo. Las papas están perfectamente distribuidas al
igual que los chiles largos, las aceitunas y las alcaparras. Al día
siguiente, en cambio, al poner en una sartén, toda esa estética
culinaria se ha perdido y ya se trata de un revoltijo un tanto más
desordenado.
Lo mismo sucede con adobos y asados en los que se midió con toda
precisión el tiempo de cocción así como la temperatura.
No importa qué receta se emplee ni de qué truco en el horneado
se eche mano, la experiencia contundente muestra que luego, al volver
a calentar con métodos menos ortodoxos, el guiso sabrá mejor.
¿Será que en la jornada siguiente ya se encuentran más
cómodos y relajados los comensales? Puede ser, el recalentado
suele ser bastante más informal.
¿Se tratará de una sugestión colectiva? Quizá,
la experiencia ha mostrado a muchos que la regla se cumple por lo
general, a menos que desde el inicio la receta haya resultado un fracaso.
¿Podría influir la compañía de comensales
más cercanos en los afectos? Con seguridad que también
cuenta: al recalentado se invita a los más allegados. La pompa
y el compromiso quedaron atrás.
Sin duda que los factores subjetivos influyen positivamente en ese
disfrute de la comida, pero la sabrosura del recalentado tiene que
ver más
con fenómenos que podría explicar la ciencia.
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