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Tiempo no es igual que avance. Contra lo que algunos
piensan, la duración de las juntas y reuniones no es directamente
proporcional a los beneficios de las mismas. Invertir muchas horas
y obtener magros resultados son síntomas de un trabajo ineficiente.
Alguno o todos estamos haciendo algo mal. Una sesión de corta
duración puede dar mayores frutos que una larga, si quienes
conducen, asumen correctamente su papel; y quienes participan, lo
hacen de manera razonable, propositiva y razonada.
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Las juntas se planean, no se improvisan.
No importa lo sencilla o complicada que se espera que sean las reuniones,
siempre debe haber una orden del día que se anuncie con anticipación
(para que los participantes se ubiquen y conozcan anticipadamente
sobre qué asuntos habrán de trabajar). La lista de puntos
debe estar jerarquizada. Poner los asuntos de interés general
al final, para forzar el tratamiento de aspectos secundarios antes
de que la gente comience a retirarse, por lo general provocará
que las cuestiones importantes sean postergadas o tratadas de manera
descuidada. Si algo es secundario, puede esperar.
Planear es también organizar los materiales o la información
que se habrá de tratar. Si la gente cuenta con información
clara y suficiente, podrá participar de mejor manera que si
se parte de la desinformación y el desconocimiento.
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Los puntos se precisan lo más posible. Saber
qué se quiere discutir, a qué profundidad y para qué,
permite distribuir el tiempo, centrar las intervenciones y saber en
qué momento debe considerarse agotado el punto.
Un ejemplo, si el punto dice: “problema de las evaluaciones”,
esto dará lugar a mil ocurrencias posibles. Habrá quien
quiera que se discutan los exámenes semestrales, quien proponga
las evaluaciones diagnósticas al inicio de cursos –por
lo mal preparados que vienen los alumnos-, alguien más querrá
que se analicen los criterios existentes para la carrera magisterial.
Cualquier cosa puede salir de esa caja de Pandora.
Muy distinto si en la orden del día aparece un enunciado como
este: “Programación de fechas de examen para el segundo
periodo”. Todo lo que no tenga que ver con esto, automáticamente
quedará fuera. Si alguien requiere que se discuta otra cosa,
nada más sencillo que programar el punto específico
en una siguiente reunión.
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El mundo no se compone en una junta. A lo mejor no
se compone ni con un millón de ellas, pero si logramos clarificar
lo que sí podemos y debemos solucionar en una reunión,
al menos sabemos dónde tenemos que arribar. Quien coordina
la reunión es el timonel, su responsabilidad, impedir que se
pierda rumbo. Destinos modestos nos permiten completar, paso a paso,
los largos viajes.
Cada reunión debe dejar acuerdos o consensos como producto.
Una junta que no deja nada en claro, ha sido un fracaso.
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En las juntas no se hace lo que correspondía trabajar en otro
sitio o momento. Estar “todos en todo”,
resulta una metodología lenta, tediosa y poco productiva. Si
había que realizar una lectura, organizar alguna información
o elaborar un texto, y no se hizo por parte de la persona o personas
comisionadas, no vale la pena intentar suplir ese trabajo. Se pierde
tiempo y la gente sufre un desgaste innecesario. El menor de los males
es reprogramar la actividad. Esto también es educativo para
nosotros: “la tarea se hace en casa y no en el salón”.
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Elaborar minutas. A veces es un ingrato trabajo, pero
deja memoria de lo que hacemos. Documentamos avances, participación
y acuerdos. Dejan constancia de lo que se hizo y de lo que se dejó
de hacer. Su revisión permite delinear una trayectoria de los
procesos como para poder reorientar en caso necesario. Contar con
estos documentos, permite a todos enterarse de lo tratado, aún
cuando alguien no haya asistido con anterioridad.