Los autores Romans y Vilador 1 ofrecen una definición tan amplia que no es difícil de aceptar: “una persona se podría considerar adulta cuando ha pasado por una serie de crecimientos indispensables para ser aceptada socialmente como tal, dentro del colectivo donde vive”. Parece sensata, aunque no aclara mucho cuáles son los “crecimientos indispensables”.

 Lo cierto es que cada uno tiene circunstancias y experiencias propias que marcan ritmos de crecimiento desiguales y pautas de desarrollo determinadas por múltiples factores de madurez biológica, psíquica, intelectual, profesional, afectiva, entre otros.

Actualmente, la sociedad evoluciona con gran rapidez y eso produce desequilibrios entre los grupos de diferente edad, ya que los cambios tecnológicos, económicos y culturales son muy rápidos y suscitan rompimiento de valores generacionales que dificultan el hecho de distinguir las etapas de madurez de cada generación.

Pareciese que la edad define fácilmente la adultez, pero ¿qué sucede con la orientación que cada uno da a su vida y su perspectiva presente? Recordemos que uno de los objetivos de la Organización Mundial de la Salud (1987), es “Añadir vida a los años y añadir salud a la vida”, y efectivamente vemos personas de muchos años con una actitud libre y feliz con su vida, y otras inseguras, deprimidas, dependientes como niños, por lo que podemos pensar que la adultez no depende tanto de la edad, como de la actitud.

Por eso algunos relacionan adultez con madurez, con o cual en vez de ayudar a una definición, la hacen más compleja, ya que los atributos que cada uno aporta a este concepto son diversos y vistos desde la propia “madurez”.

Alexander Lowen 2, hablando desde el punto de vista de la psicoterapia corporal creada por él y denominada Bioenérgética, dice algo que podría acercarse a una definición de un individuo que ha alcanzado la adultez: “El hombre es un pensador y un animal que siente; y es hombre o mujer. Es una mente racional y un cuerpo no racional... es sencillamente un organismo viviente. Tiene que vivir en todos los niveles a la vez, lo cual no es una tarea fácil. Para ser un individuo integrado, tiene que estar identificado con su cuerpo y con su palabra. Decimos que un hombre es tan bueno como su palabra. Con respeto nos referimos a él, diciendo que es un hombre de palabra. Para lograr esta integración, el individuo tiene que empezar por ser su cuerpo: tú eres tu cuerpo. Pero aquí no termina la cosa. Es preciso acabar siendo la palabra: Tú eres tu palabra. Ahora bien, la palabra debe proceder del corazón.”

1 Romans Mercé y Guillem Viladot, (1998):La educación de las personas adultas, Editorial Paidós, Barcelona, España, p.78

2 Lowen, Alexander, (1977): Bioenergética, Editorial Diana, México, D.F. p. 329.

Índice del texto: 1 2 3