¿Qué hacer como personas?
El Alzheimer mina al paciente
en su dignidad, al arrebatarle su condición de individuo autosuficiente,
útil, amador y amable. Nada podemos contra ello.
El mal se ensaña también con las familias. Aniquila vínculos
y afectos, invita al abandono de quien antes fue querido.
Como
sociedad difícilmente tendremos un papel significativo en el desarrollo
de la cura o los métodos de prevención que pudieran lograrse
en el futuro. Lo que a nosotros toca, es encontrar las formas en que solidariamente
podamos salvaguardar a nuestros ancianos enfermos, pero también
a nuestras familias.
El cuidado de un paciente con
Alzheimer no es cosa fácil. Ni siquiera es cuestión de buena
voluntad. Hay zozobra, preocupación y hasta riesgo cuando el paciente
decide salir a la calle y luego no recuerda dónde vive o cómo
se llama. Lo mismo sucede ante la posibilidad de que haga uso de objetos
como una plancha eléctrica y olvide apagarla o que puede quemarle.
Es también laborioso y
abrumador el que no recuerde usar los cubiertos e incluso comer. Que pierda
su capacidad para hacer uso del servicio sanitario y requiera del continuo
uso de pañales. Frustraste y perturbador el que se muestre irascible,
grosero o incoherente. Tremendamente triste que ni siquiera pueda tener
en mente el afecto que alguna vez nos tuvo. ¿Cómo continuar
queriendo a quien ya no es?
En muy pocos años, la
décima parte de la población mexicana estará por
arriba de los 70 años de edad. Desarrollar formas comunitarias
y sociales para atender con dignidad a nuestros enfermos de Alzheimer,
es ya una necesidad ineludible.
Parece no haber muchas alternativas,
pero en otros países se han desarrollado nuevas formas para atender
a sus enfermos sin abandonarlos. Comunitariamente se han creado casas
de cuidado sostenidas por los familiares y atendidas por personal especializado.
Solución que en lo individual sería costosa en exceso, pero
que al asumirse como de interés colectivo, da mayor margen de acción.
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