Para Sergio.
Fulano
de Tal —lo llamaremos así con la intención de
mantener el anonimato del susodicho— estaba aterrado ante la
inminencia de convertirse en padre por primera vez. De tan sólo
recordar la ríspida relación que siempre había
tenido con su propio padre, se arrepentía de no haber optado
oportunamente por los votos de castidad.
Un hijo varón...
caramba, pobre criatura, si como sucede con frecuencia, se repiten
inconscientemente las formas aprendidas de educar. Presión
por ser hombre, por ser primogénito, por ser el responsable
de perpetuar un apellido de muy dudoso abolengo, por ser —en
el imaginario del padre— el “hombre” sustituto en
caso de que él llegara a faltar. Un hijo varón... ¡pobre
criatura!
Pero bueno,
con la sabiduría que suele caracterizar a la naturaleza, Fulano
de Tal fue premiado con una hija. El alma le volvió al cuerpo.
Rotas las expectativas de algunos miembros de la familia, fue aceptada
sin problema por ser la primera nieta y la primera sobrina. El abuelo
mantenía en mente la idea de que quizá su esperanza
se vería colmada en un segundo nacimiento y, por lo pronto,
era suficiente que hubiera nacido “sana y completa”.