Estos hábitos
se adquieren desde muy pequeños: cuando el niño o niña
quiere hacer las cosas por sí mismo, trata de imitar a los
mayores e incluso realmente tiene intenciones de ayudar, limpiar el
polvo, barrer, secar platos, poner la mesa, etcétera; y aunque
sus movimientos sean torpes, es importante permitírselos y
hacerlo sentir que él o ella son parte del orden y la limpieza
en la que viven todos.
Quién aprende
a hacer cosas útiles, por sencillas que parezcan, aprenderá
y estará más capacitado para realizar un trabajo productivo
y creador. Ellos aprenden así que al cooperar tendrán
una íntima satisfacción. Por lo general esa “buena
voluntad” de ayudar se va perdiendo, justo al tiempo en el que
el niño o niña va adquiriendo mayor soltura y precisión
para realizar las tareas; pero es parte de la propia educación
dejar que ciertos quehaceres sean su responsabilidad, ya que estas
actividades son formativas además de necesarias para el buen
funcionamiento del hogar.