Psicóloga Irene Martínez Zarandona...

Uno de los grandes cambios familiares surgidos a partir del trabajo de la mujer fuera del hogar es la necesidad de repartir las tareas cotidianas independientemente del género de sus miembros, y aunque esto no es acatado de buena gana por todos es importante reflexionar en las ventajas que tiene para la formación de niños y jóvenes.

Al ayudar a realizar las tareas domésticas del hogar, los niños adquieren hábitos y conocimientos que les serán indispensables en su vida adulta, cuando tengan que valerse por sí mismos o al formar su propio hogar. Trabajar y ayudar en los quehaceres hogareños no sólo es justo para la madre, persona que tradicionalmente era la encargada de estas faenas; pero que hoy en día —ya sea porque trabaja fuera del hogar o porque la propia mentalidad de la sociedad está cambiando— esas actividades y responsabilidades deben recaer en todos los miembros de la familia, repartidas de la manera más justa y equitativa posible


Estos hábitos se adquieren desde muy pequeños: cuando el niño o niña quiere hacer las cosas por sí mismo, trata de imitar a los mayores e incluso realmente tiene intenciones de ayudar, limpiar el polvo, barrer, secar platos, poner la mesa, etcétera; y aunque sus movimientos sean torpes, es importante permitírselos y hacerlo sentir que él o ella son parte del orden y la limpieza en la que viven todos.

Quién aprende a hacer cosas útiles, por sencillas que parezcan, aprenderá y estará más capacitado para realizar un trabajo productivo y creador. Ellos aprenden así que al cooperar tendrán una íntima satisfacción. Por lo general esa “buena voluntad” de ayudar se va perdiendo, justo al tiempo en el que el niño o niña va adquiriendo mayor soltura y precisión para realizar las tareas; pero es parte de la propia educación dejar que ciertos quehaceres sean su responsabilidad, ya que estas actividades son formativas además de necesarias para el buen funcionamiento del hogar.

 

   

Si de pequeño consideraba el trabajo un juego, ya de mayor ha aprendido la diferencia entre la actividad lúdica, voluntaria y satisfactoria; y la pereza y monotonía del trabajo rutinario. Es importante recordarle que esta colaboración debe ser repartida por elemental justicia entre todos los que conviven y “colaboran” a ensuciar y desordenar. Es reconocido que la discriminación que en muchos ámbitos (no sólo el doméstico) ha sufrido la mujer es un asunto cultural, arraigado en el psiquismo de muchos hombres y mujeres, y que hay fuertes resistencias entre los primeros en perder sus privilegios; y que existe una resistencia en ocasiones incomprensible por parte de algunas mujeres en permitir que los varones las ayuden en las labores domésticas.

 

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