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Afortunadamente
son evidentes los cambios que en este terreno están habiendo,
sobre todo entre las personas más jóvenes y abiertas de
la sociedad, que están comprobando paradójicamente de
algunas ventajas que los varones obtienen, por ejemplo, en el disfrute
de los hijos cuando los cuidan y atienden y la mayor convivencia entre
la pareja que comparte quehacer y tiene entonces más disponibilidad
y tiempo para la diversión.
Cada familia tiene
costumbres y hábitos diversos y es decisión de los padres
el involucrar o no a los hijos en los quehaceres del hogar; sin embargo,
desde el aspecto formativo se considera conveniente ir permitiendo y
exigiendo tareas sencillas, según sus fuerzas y edad, pensando
qué responsabilidades puede realizar cada uno. Por ejemplo, si
hay mascotas, un niño puede sacarlo a pasear, y otro estar pendiente
de su alimento, de lavar sus platos, y de recoger sus heces.
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Generalmente hay
resistencia hacia el trabajo, por lo que la firmeza de los padres es
indispensable: puede suceder en ocasiones que, cansados de tanto batallar
con los hijos especialmente con los adolescentes, es más sencillo
dejarlo pasar y ellos asumir la labor; pero una de las reglas más
claras, aunque difícil para mantener la disciplina, es cumplir
con lo estipulado, al menos hasta renegociar una nueva regla. Lo que
pueden recordar los atribulados padres en esta situación, es
que es más conveniente tener una actitud que refuerce las conductas
bien hechas, en vez de recalcar todo lo que se hizo mal o dejó
de hacerse, como muchas veces es el caso.
En esas actividades cotidianas se debe ser flexible si el pequeño
no las realiza con toda maestría. Por ejemplo, al hacer su cama,
se debe ver el esfuerzo y en determinados momentos volver a enseñar
y corregir. Si por las prisas de la mañana la sobrecama no quedó
perfectamente bien colocada, se puede esperar a que regrese del colegio
y enseñarle nuevamente a ponerla correctamente. Ante cualquier
error es necesario pensar y tomar la decisión si se reprende,
se deja pasar o se le pide que lo arregle, según sea el momento,
la actitud del niño o la frecuencia del hecho.
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En
algunas ocasiones —cuando son varios hermanos— pueden
rotarse algunas actividades, tal vez por semana o por día,
ya que esto permite mayor variabilidad y se evita que consideren que
la tarea del hermano es menor que la suya. Es importante la actitud
que los padres tengan frente a los quehaceres; si bien no son agradables,
es necesario no tomarlos como una carga o un suplicio que se delega
al menor, pues éstos tendrán mayor dificultad en cooperar
en algo “tan difícil y odioso”. En cambio, una
actitud más aceptante y natural puede ayudar a que los chicos
acepten de mejor gana sus responsabilidades. De todos modos los hijos
deben aprender que parte del trabajo que realizan las personas mayores
no siempre es por placer, sino por necesidad. Aprenderlo es parte
de su desarrollo.
Para
realizar los quehaceres se deben buscar estrategias que las faciliten.
Por ejemplo, que el último en bañarse sea el responsable
de limpiar el baño; o comprobar que siempre haya jergas y trapos
limpios para trapear, guantes para lavar los platos, cubrir las hornillas
con papel estaño para que no se engrase tanto la estufa, etcétera.
Esto puede hacer más fácil las labores que deben ser
asignados de forma paulatina y en relación a la edad.
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Es conveniente
hacer un promedio de las horas que estos quehaceres llevarán
a la semana para no recargar a los niños, quienes además
tienen que ir a la escuela, hacer la tareas y sobre todo jugar, actividad
indispensable para ellos. Por ejemplo levantar sus juguetes y su ropa,
hacer su cama y luego su habitación, suele ser una buena secuencia
de responsabilidades.
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