Ramón Cordero G.

 

Desde muy temprana edad, Leobardito se dio cuenta de las complicaciones y dificultades que tenía elaborar la tarea escolar. Hacer una lista de los materiales, ir a la papelería donde había mil distractores, el enojo del papá por otro y otro gasto:


—Ayer te di dinero para las monografías y las estampas.

—Sí, pero era otra tarea: otras monografías y otras estampas.

—¿Te falta pegamento? Pero si acabo de comprar uno la semana pasada.

—Sí, pero ya se acabó.

—Oye, parece que te dedicas a desperdiciarlo pegando y pegando papeles.

—Oh, pues así es mi tarea.

 

A pesar de realizarla, no siempre quedaba conforme la maestra. Incluso le había tocado constatar que una tarea mal hecha, era castigada con más severidad que una que no se había entregado.


—Leobardo: tienes 5 en tu tarea. Sucia, con faltas de ortografía, incompleta, ¡un desastre!

—Pedro: tú no la entregaste, muy mal que no la hayas hecho. La quiero antes del lunes y tienes un punto menos.

“Pero qué injusticia —pensaba el niño—: él no la hizo y todavía tiene oportunidad de sacar hasta nueve; en cambio yo, mal pero la entregué a tiempo y me saco un cinco. Por lo menos me tendría que poner un punto más por el enojo de mi papá por el pegamento y otro por el regaño de mi mamá al tener que acompañarme a la papelería a las 8 de la noche.”


   Así las cosas, decidió solucionar de una vez por todas el problema de la tarea. En lo sucesivo no haría una más, a menos que fuera fácil, sencillita y económica. Su padre no gastaría más, le ahorraría trabajo a la maestra y él mismo tendría más tiempo disponible para hacer las cosas que realmente le interesaban. A partir de ese día fatal, el joven Leobardo comenzó a bajar significativamente sus notas.




 

Sus padres estaban consternados por este súbito descenso. Efectivamente, el hijo nunca se había caracterizado por quemarse las pestañas; pero últimamente estaba bastante desocupado por las tardes.

—Leobardo: ¿Que no tienes tarea? —cuestionaba el padre con frecuencia.

La respuesta era siempre inocente:

—No, hoy no tengo tarea.

 

Su madre también se preocupaba y alternando con el papá, insistía un poco más.

—Hijo: no es posible que nunca te dejen tarea.

—Si me dejan, pero la hago en la escuela.

—¿Cómo es posible si en su horario apenas les da tiempo para las clases?

—Es que la hago en el recreo, mamá.

    
   
 
 

Índice del texto: 1 2 3