El romance de Estados Unidos con las tarjetas de crédito comenzó en 1949 y pronto se extendió al resto del mundo. Cuando Frank Mc Namara, hombre de dedicado a los negocios, había terminado de comer en un restaurante en Nueva Cork, se dio cuenta de que no llevaba efectivo.

Para aquel entonces ya eran comunes las tarjetas de crédito de las gasolineras y tiendas departamentales, pero se usaba el efectivo para casi todo lo restante. Mc Namara muy avergonzado, tuvo que llamar por teléfono a su esposa para que fuera a pagar la cuenta. Aquel aprieto proporcionó a Mac Namara la idea del Diner’s Club.

En menos de un año más de 200 personas poseían ya la primera tarjeta de uso múltiple. Por una cuota anual de cinco dólares, estos tarjetahabientes podían cargar a su cuenta las comidas que hicieran en 27 restaurantes de la ciudad de Nueva York y sus alrededores.

A finales de 1951 se había cargado más de un millón de dólares en gastos al creciente número de tarjetas. Pero nadie sospechaba que esta idea estaba gestando una industria con inimaginables ganancias.

Como en la actualidad ocurre con los emisores de tarjetas, Diner’s Club quitaba a los comerciantes más del cinco por ciento de cada venta. A pesar de la pérdida de utilidades, los vendedores consentían en estos términos atraídos por el argumento de que los poseedores de tarjetas de crédito siempre gastan más que los que no las tienen.

Para persuadir a los consumidores de las tarjetas, se acudió a promociones como viajes alrededor del mundo. Para 1995, la comodidad de adquirir casi cualquier cosa por este medio empezaba a difundirse.

Los bancos, distinguieron entre las personas no tan ricas un deseo contenido de gastar y empezaron a emitir tarjetas propias. Las tarjetas se volvieron un furor.

En Chicago, por ejemplo, cientos de habitantes descubrieron que podían usar o vender la tarjeta que “encontraran” y que por ley, la persona cuyo nombre aparecía en ella era responsable de los gastos, sin importar que nunca la hubiera solicitado o recibido.

Este desastre dio comienzo a un movimiento para pautar la industria. Una ley promulgada por el presidente Richard Nixon en octubre de 1970 prohibió a los emisores enviar tarjetas a personas que no las hubieran solicitado, y eliminó toda responsabilidad de los tarjetahabientes por el mal uso de una tarjeta extraviada o robada.

Si alguna vez le ha llegado una tarjeta que nunca solicitó, comprenderá la problemática que se tenía y que actualmente se sigue padeciendo con estas sutilezas de la ley.

Para ganarles a sus competidores en la demanda de tarjetas, American Express compensaba sus altas tarifas asegurando a los tarjetahabientes un sinfín de servicios personales. Sus representantes ofrecían regalos inusitados o exóticos, se encargaban de recoger efectos personales olvidados por los viajeros y organizaron diversiones exclusivas para sus miembros.

 
     

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