Sin embargo, en la actualidad y debido a la situación socioeconómica de muchas personas mayores en la sociedad mexicana —que han visto cómo su patrimonio se ha deteriorado— ofrecen a las nuevas generaciones de niños y jóvenes un panorama terrible de lo que puede ser llegar a viejo en nuestro país. Si antes el anciano vivía menos años y éstos pasaban de forma natural a la dependencia de los hijos en cuanto a manutención y cobijo, hoy en día la imagen que dan muchas personas de la tercera edad, está matizada por problemas como la falta de atención médica, el llegar a la vejez cansado, con la esperanza de vivir de su jubilación marchita y con una dependencia de los hijos que puede ser en muchos casos dramática. Por un lado se ha perdido la natural mentalidad filial que impulsaba a los hijos a devolver los servicios prestados en su crianza, a una obligación forzada y generadora de conflictos.

Esta situación difícil, que muchos abuelos viven en nuestro país, no opaca la vida afectiva, la riqueza de compartir experiencias de un abuelo con sus nietos; y a pesar de lo dolorosas que pueden ser muchas circunstancias, se siguen dando lazos entre estas dos generaciones vinculadas afectiva y existencialmente.

Con el papel laboral de la mujer, son muchos los abuelos y especialmente las abuelas quienes juegan un rol materno con respecto al cuidado cotidiano de los niños: es común que las madres que van a trabajar dejan a cargo de sus propias madres a sus hijos, ya sea por escasez de guarderías (situación que empieza a cambiar), por comodidad y ahorro o siguiendo la costumbre de que los abuelos son los que cuidan a los niños cuando los padres faltan y pasan a tomar la custodia de los pequeños, ya sea legalmente o de facto.

De hecho, en las sociedades rurales o de reciente inserción en la ciudad aún se mantiene la ancestral costumbre de que el primogénito se quede a vivir con los abuelos y éstos se hacen cargo de su crianza y educación.

Las familias que permiten que sus niños convivan frecuentemente con los abuelos, logran en la mayoría de los casos ampliar la gama de relaciones afectivas de los pequeños: éstos crecerán sintiendo que, además de su hogar, la casa de los abuelos sean paternos o maternos es también su casa, y cada rincón puede ser explorado y es tan seguro y reconfortante como su propio hogar. Quedarse a dormir de vez en cuando con los abuelos permite a los niños sentirse consentidos y queridos fuera del círculo propio de sus padres y los ayuda a adaptarse y a vivir, aunque sea por unas horas, lejos de su vigilancia y custodia, preparándolos para lograr más adelante su independencia.

 
     

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