De
hecho, en las sociedades rurales o de reciente inserción en la
ciudad aún se mantiene la ancestral costumbre de que el primogénito
se quede a vivir con los abuelos y éstos se hacen cargo de su
crianza y educación.
Las
familias que permiten que sus niños convivan
frecuentemente con los abuelos, logran en la mayoría de los casos
ampliar la gama de relaciones afectivas de los pequeños: éstos
crecerán sintiendo que, además de su hogar, la casa de
los abuelos sean paternos o maternos es también su casa, y cada
rincón puede ser explorado y es tan seguro y reconfortante como
su propio hogar. Quedarse a dormir de vez en cuando con los abuelos
permite a los niños sentirse consentidos y queridos fuera del
círculo propio de sus padres y los ayuda a adaptarse y a vivir,
aunque sea por unas horas, lejos de su vigilancia y custodia, preparándolos
para lograr más adelante su independencia.